Page 179 - Cementerio de animales
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—No la sueltes —susurró Ellie.
* * *
Louis se unió a los demás, y Jud le presentó a sus sobrinos, que en realidad eran
primos en segundo o tercer grado…, descendientes del hermano del padre de Jud.
Eran dos mocetones de unos veintitantos años con un aire de familia muy marcado.
El hermano de Norma frisaba los sesenta, según supuso Louis, y si bien en su cara se
advertían las huellas del disgusto, parecía sobrellevarlo bastante bien.
—Celebro conocerles —dijo Louis. Se sentía un poco violento. Al fin y al cabo,
era un extraño a la familia.
Ellos le saludaron con un movimiento de cabeza.
—¿Ellie está bien? —preguntó Jud haciéndole una seña con el mentón. La niña
remoloneaba en el vestíbulo y los miraba.
«Desde luego; sólo quiere asegurarse de que no me esfumo en el aire», pensó
Louis casi con una sonrisa. Pero aquel pensamiento le sugirió otro: «Oz, el Ggande y
Teggible.» Y la sonrisa se desvaneció.
—Sí, creo que sí —dijo Louis agitando la mano hacia ella. La niña hizo otro tanto
y dio media vuelta para salir, haciendo volar la falda de su vestido azul marino. Louis
observó en ella, con cierta dolorosa sorpresa, un aire de madurez. Fue sólo un
momento, pero momentos como aquél le hacen a uno recapacitar.
—¿Qué? ¿Estamos listos? —preguntó uno de los sobrinos.
Louis asintió y lo mismo hizo el hermano menor de Norma.
—Con cuidado —dijo Jud. Tenía la voz ronca. Luego, dio media vuelta y subió
por el pasillo lentamente, con la cabeza inclinada.
Louis se situó en el ángulo posterior izquierdo del féretro gris acero modelo
American Eternal que Jud había elegido para su esposa. Agarró el asa que le
correspondía y entre los cuatro hombres sacaron lentamente el ataúd de Norma a la
mañana gélida y luminosa del primero de febrero. Alguien —seguramente el
sacristán— había echado una gruesa capa de ceniza sobre el sendero resbaladizo de
nieve pisada y helada. Junto a la acera, un furgón Cadillac despedía un humo blanco
por el tubo de escape. A su lado, observándolos y preparados para ayudar por si
alguno resbalaba o desfallecía (quizá el hermano), estaban el director de la funeraria
y su hijo, un muchacho afónico.
Jud, de pie junto a ellos, contempló cómo introducían el féretro en el coche.
—Adiós, Norma —dijo encendiendo un cigarrillo—. Hasta pronto, muchacha.
Louis abrazó a Jud por los hombros, y el hermano de Norma se le acercó por el
otro lado, relegando a segundo término al director y a su hijo. Los fornidos sobrinos
(o primos segundos, o lo que fueran) ya habían hecho mutis, una vez realizado el
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