Page 178 - Cementerio de animales
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«Porque el hombre (y la mujer) son como las flores del valle, que hoy se abren y
mañana son echadas al fuego: la vida del hombre es sólo una estación, que llega y
pasa.» Oremos.
Ellie, resplandeciente con su vestido azul marino comprado ex profeso para el
acto, agachó la cabeza tan bruscamente que Louis le oyó crujir la nuca. Ellie había
estado muy pocas veces en la iglesia y éste era su primer funeral. Las circunstancias
la habían reducido a un insólito silencio.
Aquellas circunstancias permitían a Louis mirar a su hija de un modo distinto.
Normalmente, el amor que sentía por ella, como el que sentía por Gage, le impedía
observarla fríamente; pero hoy creía tener delante lo que era casi un ejemplo típico de
la niña que está a punto de terminar su primera fase de desarrollo: un organismo todo
pura curiosidad que almacena información en unos circuitos casi sin fin. Ellie se
mantenía quieta y callada y no dijo nada ni siquiera cuando Jud, muy raro pero
elegante con su traje negro y zapatos con cordones (Louis pensó que era la primera
vez que no le veía con zapatillas o botas) se inclinó para darle un beso y le dijo:
—Estoy muy contento de que hayas venido, cariño. Y supongo que Norma se
alegrará también.
Ellie le miró con los ojos muy abiertos.
Ahora, el reverendo Laughlin, el pastor metodista, pronunció la bendición,
pidiendo a Dios que volviera su rostro hacia ellos y les diera la paz.
—¿Hacen el favor de adelantarse los portadores? —preguntó.
Louis fue a levantarse, pero Ellie le tiró de la manga con fuerza. Parecía asustada.
—¡Papi! —dijo en un fuerte susurro—. ¿A dónde vas?
—Soy uno de los portadores, cielo —dijo Louis sentándose un momento y
rodeándole los hombros con el brazo—. Eso quiere decir que tengo que ayudar a
llevar a Norma hasta el coche. Somos cuatro: el cuñado de Jud, dos de sus sobrinos y
yo.
—¿Dónde nos encontraremos? —La cara de Ellie aún estaba tensa y preocupada.
Louis miró hacia adelante. Los otros tres portadores ya estaban allí, junto a Jud.
El resto de los asistentes salían ya. Algunos lloraban. Vio a Missy Dandridge, que no
lloraba pero tenía los ojos irritados y que le saludó alzando levemente una mano.
—Si te quedas en la escalera, enseguida voy a buscarte. ¿De acuerdo, Ellie?
—Sí. Pero no te olvides de mí.
—No, descuida.
Él volvió a levantarse y ella le tiró de la mano.
—Papi.
—¿Qué, cielo?
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