Page 174 - Cementerio de animales
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reía, Louis, sí, me reía.
—Si te reías, me descubro ante ti —dijo Louis.
—No hablas en serio —dijo Rachel con la absoluta certeza del que ha dado
vueltas y más vueltas a una idea. Él no insistió. Pensaba que quizá algún día Rachel
se librara de aquel recuerdo espantoso y putrefacto que la había atormentado durante
tantos años, pero algo quedaría. No se borraría del todo. Louis Creed no era un
psiquiatra, pero sabía que en el humus de toda vida hay objetos semienterrados y
oxidados y que los humanos sienten una y otra vez el impulso de tirar y tirar de ellos,
aunque les corten las manos. Hoy Rachel lo había arrancado casi todo. Era como una
muela deforme, y podrida, de raíces ennegrecidas, infectadas, fétidas. Ya estaba fuera.
Sólo quedaba una célula nociva que, si Dios era bondadoso, permanecería dormida
para no aflorar más que en los sueños más profundos. Era casi increíble que hubiera
podido expulsar tanto. Ello no sólo denotaba valor, sino que lo pregonaba a gritos.
Louis estaba impresionado. Sentía deseos de lanzar un hurra. Se sentó en la cama y
encendió la luz.
—Sí —dijo—; me descubro ante ti. Y, por si me faltaban motivos para…, para
detestar a tus padres, ahora los tengo. Nunca debieron dejarte sola con ella, Rachel.
NUNCA.
Como una niña —la niña de ocho años que era cuando ocurrió aquella historia
increíble y vergonzosa—, ella protestó:
—Lou, era el tiempo de Pascua…
—Como si era el tiempo del Juicio Final —dijo Lou con la voz ronca de un furor
candente que la hizo sobresaltarse. Él se acordaba de las dos estudiantes de
enfermera, las dos auxiliares que tuvieron la mala fortuna de estar de servicio la
mañana en que llevaron a Pascow moribundo. Una de ellas, una jovencita con mucho
temple que se llamaba Carla Shavers, volvió al día siguiente y trabajó con tanta
eficacia que hasta la misma Charlton quedó impresionada. A la otra no habían vuelto
a verla. Louis no se sorprendió ni se lo reprochaba.
«¿Dónde estaba la enfermera? Debían de haber contratado a una enfermera
diplomada. Pero no; se marcharon dejando a una criatura de ocho años sola con su
hermana moribunda que probablemente estaba ya clínicamente perturbada. ¿Por qué?
Porque era Pascua. Y porque, aquella mañana, la elegante Dory Goldman no pudo
seguir soportando el mal olor y tuvo que salir un ratito a tomar el aire. Y Rachel se
quedó de guardia. ¿Cierto, amigos y vecinos? Rachel se quedó de guardia. Ocho
años, coletas y blusa de colegiala. Rachel tuvo que cargar con la jodida guardia.
Rachel podía quedarse y aguantar el mal olor. ¿Por qué la enviaban después todos los
años seis semanas al campamento Sunset de Vermont, sino porque aguantó los malos
olores de su hermana, moribunda y demente? Los nuevos conjuntos de Gage y la
media docena de vestidos de Ellie, y yo te pago los estudios si rompes con mi hija…
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