Page 182 - Cementerio de animales
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suturas solubles; en el mundillo de las contadas personas que se interesaban en el
           cosido  de  las  pequeñas  heridas,  la  cuestión  parecía  tan  interminable  como  aquella

           antigua controversia psicológica que enfrentaba a los partidarios de la crianza natural
           y a los de la educación reglamentada.
               Louis decidió escribir una carta aquella misma noche, en la que demostraría que
           los argumentos del autor eran endebles, los ejemplos, amañados, y la documentación,

           casi  criminalmente  somera.  En  suma,  se  relamía  de  gusto  ante  la  perspectiva  de
           torpedear  aquella  estúpida  monserga  de  una  vez  por  todas.  Estaba  buscando  su
           ejemplar de "El tratamiento de las heridas" de Troutman en la librería del estudio,

           cuando Rachel bajó hasta media escalera.
               —¿Subes, Lou?
               —Aún tardaré un rato. —Él la miró—. ¿Todo va bien?

               —Ya duermen. Los dos.
               Él la observó detenidamente.

               —Duermen los dos, pero tú, no,
               —Me encuentro bien. Estaba leyendo.
               —¿Te encuentras bien? ¿De verdad?
               —De verdad —sonrió ella—. Te quiero, Louis.

               —Y yo a ti, nena. —Lanzó una rápida mirada al anaquel. Allí estaba Troutman,
           en su sitio de siempre. Louis puso la mano sobre el libro.

               —Church  trajo  una  rata  a  casa  mientras  tú  y  Ellie  estabais  fuera  —dijo  ella
           tratando de sonreír—. Uf, qué porquería.
               —Caray. Rachel, sí que lo siento. —Louis procuró que su voz no dejara traslucir
           lo culpable que se sentía en aquel momento—. ¿Fue muy asqueroso?

               Rachel  se  sentó  en  la  escalera.  Con  su  bata  de  franela  rosa,  la  cara  limpia  de
           maquillaje, la frente brillante y el pelo recogido en una coleta con una goma, parecía

           una niña.
               —Ya lo limpié. Pero tuve que echar de la puerta a ese gato estúpido dándole con
           la boquilla del aspirador, para que dejara de montar guardia al lado del… del cadáver.
           Y me gruñó. Church nunca me había gruñido. Últimamente está muy raro. ¿Crees que

           puede tener el moquillo, Louis?
               —No; pero, si tú quieres, lo llevaré al veterinario.

               —Supongo que no será nada —dijo, y entonces le miró con disimulo—. ¿Por qué
           no subes? Es que yo… Ya sé que estás trabajando, pero…
               —Pues  claro  —dijo  él  levantándose  como  si  no  tuviera  nada  que  hacer.  Y,  en

           realidad, tampoco era tan importante; pero él sabía que ya nunca escribiría aquella
           carta, porque el desfile nunca se detiene, y mañana habría otras cosas que hacer. Pero
           la rata era toda suya, ¿no? La rata que Church había traído a casa, seguramente hecha

           trizas,  con  los  intestinos  colgando  y  tal  vez  sin  cabeza,  era  suya.  Sí;  él  había




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