Page 187 - Cementerio de animales
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—¡Pácaro! —gritó Gage—. ¡Pácaro, papá!
—Sí, un pájaro —dijo Louis introduciendo las varillas en las jaretas del dorso de
la cometa y revolviendo otra vez en el armario en busca del ovillo de cordel que
compró el mismo día. Por encima del hombro, repitió—: Verás cómo te gusta,
compañero.
A Gage le gustó.
Llevaron la cometa al campo de Mrs. Vinton y Louis consiguió hacerla volar al
viento de finales de marzo al primer intento, a pesar de que no lanzaba una cometa
desde… ¿pero era posible?, desde que tenía doce años. ¿Habían pasado diecinueve
años? Dios, qué espanto.
Mrs. Vinton era una anciana que tenía casi la edad de Jud, pero no su fortaleza.
Vivía en una casa de ladrillo situada al borde del campo, aunque casi nunca salía.
Detrás de la casa empezaba el bosque, el bosque en el que se encontraba Pet
Sematary y, más allá, el cementerio micmac.
—¡La cometa vuela, papi! —chilló Gage.
—¡Mira cómo sube! —gritó Louis a su vez, riendo entusiasmado. Soltaba hilo tan
deprisa que el roce casi le quemaba la palma de la mano—. ¡Mira el buitre, Gage! Se
va a hacer caca de miedo…
—¡Caca de mieo…! —gritó Gage con una gran carcajada. El sol asomó por
detrás de una esponjosa nube de primavera, y pareció que la temperatura subía cinco
grados casi de repente. Estaba a la diáfana luz de un marzo templado y traidor que se
las daba de abril, en medio del campo de Mrs. Vinton, cubierto de hierbas secas y
altas, mientras el buitre subía y subía hacia el azul, con sus alas de plástico tensas
contra el viento, y Louis, como hacía de niño, se alzó en espíritu hacia la cometa,
fundiéndose con ella y contempló la verdadera faz del mundo, la que sin duda ven en
sueños los cartógrafos: el campo de Mrs. Vinton, blanquecino y dormido después del
deshielo, que ya no era un campo, sino un paralelogramo limitado por paredes de
piedra en dos de sus lados y, en la base, la raya negra de la carretera y la cuenca del
río. Eso veía el buitre con sus ojos saltones. Veía la cinta gris del río que aún
arrastraba trozos de hielo y, al otro lado, Hampton, Newburgh, Winterport, con un
barco en el puerto, tal vez incluso veía la fábrica St. Regís, en Bucksport, bajo su
bandera de humo, y hasta el cabo, en el que el Atlántico embestía los acantilados.
—¡Mira cómo sube, Gage! —gritó Louis, riendo.
Gage echaba el cuerpo hacia atrás de tal manera que parecía que, de un momento
a otro, iba a caerse de espaldas. Sonreía de oreja a oreja y saludaba a la cometa con la
mano.
Cuando se aflojó la tensión del hilo, Louis dijo a Gage que pusiera la mano. Gage
extendió el brazo, sin mirar siquiera. No podía apartar los ojos de la cometa que
giraba y danzaba al viento mientras su sombra corría por el campo de un lado a otro.
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