Page 69 - Cementerio de animales
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Rachel había preparado un stroganoff que estuvo cociendo a fuego lento durante
el episodio del baño, y Louis, que a las cuatro de la tarde habría jurado que no
volvería a probar bocado hasta la víspera de Todos los Santos, tomó dos platos.
Luego, ella le llevó otra vez arriba.
—Ahora veamos qué puedes hacer tú por mí.
Vistas las circunstancias, Louis estimó que había estado a la altura.
* * *
Después, Rachel se puso su viejo pijama azul. Louis, vestido con una camisa de
franela y unos pantalones de pana sin forma alguna —su pelele, los llamaba Rachel—
fue a buscar a los niños.
Missy Dandridge quería que le contara el accidente con pelos y señales, y Louis
le hizo un resumen mucho más escueto que la noticia que aparecería en el "Bangor
Daily News" del día siguiente. No le gustaba tener que hablar de aquello —se sentía
como un chismoso macabro—, pero Missy no quería cobrar nada por cuidar de los
niños y él le estaba muy agradecido por la velada que había pasado con Rachel.
Gage se quedó profundamente dormido antes de que recorrieran los dos
kilómetros de camino, y la misma Ellie bostezaba y tenía los ojos brillantes. Louis le
cambió el pañal a Gage, le puso el pijama y lo metió en la cuna. Luego, leyó un
cuento a Ellie. Como siempre, ella pedía a gritos "Dónde viven las fieras salvajes",
pues tenía mucho de fiera salvaje, pero tuvo que conformarse con "El gato en el
sombrero". Se quedó dormida a los cinco minutos, y Rachel entró a arroparla.
Cuando Louis bajó a la sala, Rachel estaba sentada en el sofá, tomando un vaso
de leche. Tenía una novela de misterio de Dorothy Sayers abierta sobre uno de sus
largos muslos.
—¿De verdad estás bien, Louis?
—Estupendamente, cariño. Y muchas gracias. Por todo.
—A su disposición. —Le sonrió con picardía—. ¿No vas a tomar una cerveza en
casa de Jud?
—Esta noche no. Estoy molido.
—Supongo que yo tengo parte de culpa.
—Eso creo.
—Entonces, doctor, un vaso de leche y a la cama.
Louis pensaba que le costaría dormirse, como le ocurría cuando estaba de interno
y el día había sido movido. Pero se sumió suavemente en el sueño, como si resbalara
por un tobogán de poca pendiente. No recordaba dónde había leído que una persona
normal tarda unos siete minutos en quitar todas las clavijas que lo conectan al día.
Siete minutos durante los cuales consciente y subconsciente van girando como las
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