Page 68 - Cementerio de animales
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               Rachel  salió  a  recibirle  a  la  puerta.  Louis  se  quedó  con  la  boca  abierta.  Ella
           llevaba el sujetador de tul que tanto le gustaba a él, unas braguitas semitransparentes

           y nada más.
               —Estás fenomenal —dijo él—. ¿Y los niños?
               —Se los llevó Missy Dandridge. Estamos libres hasta las ocho y media. Tenemos

           dos horas y media. No perdamos el tiempo.
               Ella le abrazó. Louis notó un leve perfume. ¿Esencia de rosas? La rodeó con sus

           brazos,  primero  por  el  talle,  luego  deslizó  una  mano  hacia  las  nalgas,  mientras  la
           lengua  de  ella  danzaba  ligeramente  sobre  sus  labios  y  penetraba  en  su  boca,
           explorando.
               Cuando, por fin, se deshizo el beso, él preguntó con la voz un poco ronca:

               —¿Tú eres la cena?
               —El postre. —Ella empezó a mover lentamente el vientre, apretándose contra él

           —. Pero te prometo que no vas a tener que comer nada que no te guste.
               Él trató de sujetarla, pero ella se escabulló y le tomó una mano.
               —Sube —dijo.
               Le  preparó  un  baño  caliente,  le  desnudó  despacio  y  le  empujó  hacia  el  agua.

           Luego, se puso el guante de toalla que estaba colgado de la ducha, y que casi nunca
           usaba,  le  enjabonó  y  le  aclaró.  Él  sentía  relajarse  la  tensión  de  aquel  día:  aquel

           horrible  primer  día.  Rachel  se  había  mojado  y  las  bragas  se  le  pegaban  al  cuerpo
           como una segunda piel.
               Louis fue a salir de la bañera, pero ella le sujetó.
               —¿Qué…?

               Entonces, el guante le asió suavemente…, suavemente, pero con una fricción casi
           insoportable, con un lento vaivén.

               —Rachel… —Él estaba sudando y no era sólo por el calor del baño.
               —Ssssh.
               Aquello parecía durar una eternidad. Cuando él estaba a punto, el guante casi se

           detenía. Pero no del todo, sino que oprimía, soltaba y volvía a oprimir, hasta que él se
           corrió con tal violencia que le zumbaron los oídos.
               —¡Dios mío! —murmuró cuando pudo hablar—. ¿Dónde has aprendido a hacer

           eso?
               —En las "girl-scouts" —dijo ella, muy seria.




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