Page 64 - Cementerio de animales
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Volvía a sentir en la garganta aquella risa inoportuna, y consiguió ahogarla.
¿Había pronunciado realmente las palabras Pet Sematary el tal Pascow? ¿Le había
llamado realmente por su nombre? Esto era lo que le tenía trastornado, lo que le había
hecho salirse de su órbita. Pero su cerebro parecía estar ya envolviendo aquellos
momentos en una película protectora, esculpiendo, retocando, sustituyendo. Sin duda,
había dicho otra cosa (si realmente había hablado) y, con la impresión y los nervios
del momento, Louis había entendido mal. Lo más probable era que Pascow sólo
hubiera articulado sílabas incoherentes, tal como pensó al principio.
Louis trató de reaccionar, buscando en sí aquella personalidad que indujo a la
junta de la universidad a elegirle a él entre los cincuenta y tres candidatos a la plaza.
Allí faltaba alguien que tomara la iniciativa. La sala estaba llena de gente aturullada.
—Steve, dale un tranquilizante a esa chica —dijo. Al oír su propia voz empezó a
sentirse mejor. Era como si estuviera en una nave espacial y acabaran de encenderse
los cohetes para despegar de un minúsculo asteroide. Y el asteroide era, desde luego,
el momento en el que Pascow había hablado. Louis había sido contratado para dirigir
aquello. Y eso se proponía hacer.
—Joan, una manta.
—Doctor, no hemos hecho inventario…
—Traiga esa manta de todos modos. Luego vaya a ver qué tiene la aspirante. —
Miró a la otra muchacha, que seguía sosteniendo un extremo de la camilla. Miraba el
cuerpo de Pascow como si estuviera hipnotizada—. ¡Señorita! —gritó Louis
ásperamente, y ella apartó los ojos del cadáver.
—¿Qu… qu…?
—¿Cómo se llama su compañera?
—¿Qu… quién?
—La que vomita —dijo él con deliberada rudeza.
—Ju… Ju… Judy. Judy DeLessio.
—¿Y usted?
—Carla. —La muchacha parecía un poco más tranquila.
—Carla, vaya a ver cómo está Judy. Y traiga la manta. Encontrará un montón de
ellas en el armario pequeño de la sala de reconocimientos Uno. Ahora, si son tan
amables, salgan todos. Un poco de profesionalidad, por favor.
Los demás se pusieron en movimiento. Al poco, cesaron los gritos en la
habitación contigua. El teléfono, que había enmudecido, volvió a sonar. Louis
oprimió el botón de espera sin descolgar.
El de más edad de los dos agentes parecía más sereno, y a él le preguntó Louis:
—¿A quién hay que dar parte? ¿Puede facilitarme una lista?
El hombre asintió.
—Es el primer caso en seis años —dijo—. Mal empieza el curso.
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