Page 63 - Cementerio de animales
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               Entonces la habitación se llenó de gente. Parecían actores que hubieran estado
           esperando la entrada. Ello acrecentó el aturdimiento y el desconcierto de Louis: la

           fuerza de estas sensaciones, que él había estudiado en los cursos de psicología, pero
           nunca  experimentado  por  sí  mismo,  le  dejó  aterrado.  Así  debía  de  sentirse  uno
           cuando alguien le echaba una buena dosis de LSD en la bebida.

               «Es como una obra de teatro, representada exclusivamente para mí —pensó—.
           Primeramente, se despeja la escena, a fin de que la sibila moribunda pronuncie una

           oscura  profecía  que  yo  y  sólo  yo  puedo  escuchar.  Y,  en  cuanto  el  hombre  muere,
           todos vuelven.»
               Entraron  las  dos  aspirantes  transportando  torpemente  la  camilla  dura  que  se
           utilizaba en los casos de lesiones dorsales y cervicales. Las seguía Joan Charlton, que

           anunciaba la llegada de la policía del "campus". El muchacho había sido atropellado
           mientras hacía "jogging". Louis se acordó de la pareja que se le había cruzado aquella

           mañana y sintió una punzada de angustia.
               Detrás  de  la  Charlton  venían  Steve  Masterton  y  dos  agentes  del  servicio  de
           Seguridad.
               —Louis,  los  que  trajeron  a  Pascow  están…  —Se  interrumpió  y  preguntó

           vivamente—: Louis, ¿te encuentras bien?
               —Estoy perfectamente —dijo él y se levantó. Sintió un vahído, pero se le pasó

           enseguida. Por decir algo, preguntó—: ¿Se llamaba Pascow?
               Uno de los agentes respondió:
               —Víctor Pascow, según la chica que corría con él.
               Louis miró el reloj y restó dos minutos. En la habitación donde Masterton tenía

           secuestrados a los que habían traído a Pascow sonaba el llanto desconsolado de una
           muchacha.  «Bienvenida  a  la  universidad,  jovencita,  pensó  él.  Que  tengas  un  buen

           semestre.»
               —Mr. Pascow falleció a las diez horas y nueve minutos de la mañana —dijo.
               Uno de los agentes se pasó el dorso de la mano por los labios.

               Masterton insistió.
               —Louis, ¿estás bien? Tienes una cara horrible.
               Cuando Louis abría la boca para contestar, una de las auxiliares soltó el extremo

           de la camilla y salió corriendo mientras vomitaba en el delantal. Empezó a sonar un
           teléfono. La muchacha que lloraba se había puesto a llamar a gritos al muerto: «¡Vic!
           ¡Vic! ¡Vic!» El barullo era espantoso. Uno de los agentes preguntaba a la Charlton si

           podía darles una manta para tapar el cadáver, y la Charlton le decía que no sabía si
           estaba autorizada para disponer de una manta. Louis recordó entonces una frase de
           Maurice Sendak: «Que empiece la barahúnda.»



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