Page 63 - Cementerio de animales
P. 63
13
Entonces la habitación se llenó de gente. Parecían actores que hubieran estado
esperando la entrada. Ello acrecentó el aturdimiento y el desconcierto de Louis: la
fuerza de estas sensaciones, que él había estudiado en los cursos de psicología, pero
nunca experimentado por sí mismo, le dejó aterrado. Así debía de sentirse uno
cuando alguien le echaba una buena dosis de LSD en la bebida.
«Es como una obra de teatro, representada exclusivamente para mí —pensó—.
Primeramente, se despeja la escena, a fin de que la sibila moribunda pronuncie una
oscura profecía que yo y sólo yo puedo escuchar. Y, en cuanto el hombre muere,
todos vuelven.»
Entraron las dos aspirantes transportando torpemente la camilla dura que se
utilizaba en los casos de lesiones dorsales y cervicales. Las seguía Joan Charlton, que
anunciaba la llegada de la policía del "campus". El muchacho había sido atropellado
mientras hacía "jogging". Louis se acordó de la pareja que se le había cruzado aquella
mañana y sintió una punzada de angustia.
Detrás de la Charlton venían Steve Masterton y dos agentes del servicio de
Seguridad.
—Louis, los que trajeron a Pascow están… —Se interrumpió y preguntó
vivamente—: Louis, ¿te encuentras bien?
—Estoy perfectamente —dijo él y se levantó. Sintió un vahído, pero se le pasó
enseguida. Por decir algo, preguntó—: ¿Se llamaba Pascow?
Uno de los agentes respondió:
—Víctor Pascow, según la chica que corría con él.
Louis miró el reloj y restó dos minutos. En la habitación donde Masterton tenía
secuestrados a los que habían traído a Pascow sonaba el llanto desconsolado de una
muchacha. «Bienvenida a la universidad, jovencita, pensó él. Que tengas un buen
semestre.»
—Mr. Pascow falleció a las diez horas y nueve minutos de la mañana —dijo.
Uno de los agentes se pasó el dorso de la mano por los labios.
Masterton insistió.
—Louis, ¿estás bien? Tienes una cara horrible.
Cuando Louis abría la boca para contestar, una de las auxiliares soltó el extremo
de la camilla y salió corriendo mientras vomitaba en el delantal. Empezó a sonar un
teléfono. La muchacha que lloraba se había puesto a llamar a gritos al muerto: «¡Vic!
¡Vic! ¡Vic!» El barullo era espantoso. Uno de los agentes preguntaba a la Charlton si
podía darles una manta para tapar el cadáver, y la Charlton le decía que no sabía si
estaba autorizada para disponer de una manta. Louis recordó entonces una frase de
Maurice Sendak: «Que empiece la barahúnda.»
www.lectulandia.com - Página 63