Page 71 - Cementerio de animales
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Algo le despertó mucho después. Fue un golpe lo bastante fuerte como para que
él se incorporara en la cama pensando si Ellie se habría caído o si se habría
desmontado la cuna de Gage. Entonces salió la luna de detrás de una nube, inundando
la habitación de una luz fría y pálida, y Louis vio a Víctor Pascow en la puerta. El
golpe lo había dado Víctor Pascow al abrir la puerta.
Allí estaba, con la cabeza hundida detrás de la sien izquierda. La sangre se le
había secado en la cara dejándole unas rayas moradas que recordaban la pintura de
guerra de los indios. Se le veía la protuberancia blanquecina de la clavícula. Estaba
sonriendo de oreja a oreja.
—Venga conmigo, doctor —dijo—. Tenemos que ir a un sitio.
Louis miró en derredor. Su mujer no era más que un bulto impreciso bajo el
edredón amarillo, y dormía. Volvió a mirar a Pascow, que estaba muerto y no muerto.
Sin embargo, Louis no tenía miedo. Enseguida comprendió por qué.
«Es un sueño —pensó. Y el alivio que este pensamiento le produjo le hizo darse
cuenta de que sí había tenido miedo al fin y al cabo—. Los muertos no vuelven;
fisiológicamente es imposible. Este muchacho está en un cajón frigorífico de Bangor
con la marca del patólogo —una costura en forma de Y— en la espalda.
Probablemente, el patólogo le habrá metido el cerebro en la cavidad torácica, después
de extraer una muestra del tejido para análisis y le habrá rellenado el cráneo de papel
marrón para que no gotee —eso es mucho más fácil que tratar de colocar el cerebro
otra vez en su sitio, como si fuera una pieza de puzzle.» El tío Carl, padre de la
infortunada Ruthie, le había contado que los patólogos hacían eso, y le había contado
otras muchas cosas que probablemente harían gritar de horror a Rachel, con su
necrofobia. Pero Pascow no podía estar aquí. Ni hablar, amigo. Pascow estaba en un
cajón frigorífico con una etiqueta colgada del dedo gordo del pie. «Y tampoco tendrá
puestos esos "shorts" colorados.»
No obstante, sentía el impulso de levantarse. Los ojos de Pascow estaban fijos en
él.
Louis apartó la ropa de la cama y puso los pies en la alfombrilla de ganchillo,
regalo de boda de la abuela de Rachel. Las borlas se le hundieron en los talones.
Aquel sueño era muy real. Tan real que Louis no siguió a Pascow hasta que éste dio
media vuelta y empezó a bajar las escaleras. El impulso de seguirle era fuerte, pero
Louis no quería que un cadáver ambulante le tocara, ni siquiera en sueños.
Pero se fue tras él. Brillaba la seda de los "shorts" colorados.
Cruzaron la sala de estar, el comedor y la cocina. Louis esperaba que Pascow
descorriera el pestillo e hiciera girar el picaporte de la puerta que comunicaba la
cocina con el cobertizo que hacía las veces de garaje para la furgoneta y el Civic,
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