Page 75 - Cementerio de animales
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               Una persona normal tarda siete minutos en dormirse; pero, según la "Fisiología
           humana" de Hand, la misma persona tarda entre quince y veinte minutos en despertar.

           Al parecer, el sueño es un lago del que cuesta más salir que entrar. El ser humano
           despierta  por  etapas,  pasando  del  sueño  profundo  al  sueño  ligero  y  a  ese  estado
           llamado «duermevela» en el que la persona oye sonidos y hasta contesta a preguntas

           que después no recuerda, salvo, si acaso, como un sueño.
               Louis oía el castañeteo de huesos, pero el sonido se hacía más metálico y agudo

           por  momentos.  Un  golpe.  Un  grito.  Más  sonidos  metálicos…  ¿Algo  que  rodaba?
           «Claro —convino su aletargado cerebro—. Los huesos, rodando.»
               Louis oyó la voz de su hija:
               —¡Toma, Gage! ¡Toma!

               Siguió un gorgorito de alegría de Gage, y entonces Louis abrió los ojos y vio el
           techo de su habitación.

               Se quedó muy quieto, dejándose inundar por la realidad, la estupenda realidad, la
           bendita realidad.
               Todo, un sueño. Espantoso y vivido, pero sueño. Sólo un fósil del subconsciente.
               Volvió a oír el sonido metálico. Era un cochecito de juguete de Gage que corría

           por el pasillo de arriba.
               —¡Toma, Gage!

               —¡Toma! —gritó Gage—. ¡Toma-toma-toma!
               Pumba-pumba-pumba. Los pies descalzos de Gage batían la alfombra. Los niños
           reían por lo bajo.
               Louis miró a su derecha. Rachel ya se había levantado. La cama estaba abierta. El

           sol brillaba ya muy alto. Louis miró el reloj y vio que eran casi las ocho. Rachel le
           había dejado dormir… probablemente a propósito.

               Normalmente,  ello  le  hubiera  irritado,  pero  no  esta  mañana.  Respiró
           profundamente, satisfecho por el momento con estar allí, con aquel sol que entraba
           por la ventana, palpando la inconfundible textura del mundo real. Motas de polvo

           bailaban en aquel rayo de sol.
               —¡El! —gritó Rachel desde abajo—. Ya es hora de que bajes, recojas tu bocadillo
           y salgas a esperar el autobús.

               —Voy, mamá. —Las pisadas de la niña, más fuertes—. Toma tu coche, Gage. Yo
           tengo que ir a la escuela.
               Gage se puso a chillar, indignado. Sus protestas eran enmarañadas. —Las únicas

           palabras que se distinguían eran: "Gage, coche, toma y Ellie, bus"—. Pero el mensaje
           estaba bien claro: Ellie debía quedarse, el colegio podía irse a la porra por un día.
               Otra vez la voz de Rachel:



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