Page 76 - Cementerio de animales
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—El, despierta a papá antes de bajar.
               Entró Ellie, con el pelo recogido en una cola de caballo y su vestido rojo.
               —Estoy despierto, cariño —dijo él—. Anda al autobús.

               —Sí,  papá.  —La  niña  se  acercó,  le  dio  un  beso  en  la  áspera  mejilla  y  salió
           corriendo hacia la escalera.
               El sueño empezaba a diluirse, a perder coherencia. Magnífico.

               —¡Gage! —gritó Louis—. ¡Un beso a papá!
               Gage hizo caso omiso. Bajaba la escalera detrás de Ellie tan aprisa como podía,
           chillando a voz en cuello:

               —¡Toma! ¡Toma! ¡TOMA!
               Louis apenas alcanzó a entrever la figura rechoncha del niño que sólo llevaba el
           pañal y las braguitas de plástico.

               —¿Estás despierto, Louis? —gritó Rachel desde abajo.
               —Sí —dijo Louis sentándose en la cama.

               —¡Ya te lo he dicho! —gritó Ellie—. Me voy. ¡Adiós! —Un portazo y un berrido
           de indignación de Gage subrayaron estas palabras.
               —¿Un huevo o dos? —preguntó Rachel.
               Louis apartó la ropa de la cama y puso los pies en la alfombrilla de ganchillo y ya

           iba  a  responder  que  nada  de  huevos,  sólo  un  tazón  de  cereales  antes  de  salir
           corriendo…, cuando las palabras se le ahogaron en la garganta.

               Tenía los pies sucios de tierra y agujas de pino.
               El corazón le hizo una pirueta de saltimbanqui. Con un movimiento brusco, los
           ojos desorbitados y los dientes clavados en una lengua insensible, Louis arrancó la
           sábana de encima de un puntapié. La parte baja de la cama estaba sembrada de agujas

           de pino y las sábanas, manchadas de barro.
               —¿Louis?

               Entonces vio que también tenía agujas de pino en las rodillas. De pronto, se miró
           el  brazo  derecho.  Vio  un  arañazo  reciente  en  el  bíceps,  exactamente  donde  se  le
           clavara la rama… en el sueño.
               «Voy a gritar. Me lo noto.»

               El grito retumbaba en su interior, como la detonación del frío proyectil del miedo.
           Su realidad se tambaleaba: la verdadera realidad eran las agujas de pino, el barro de

           las sábanas, la herida del brazo.
               «Voy a gritar, y luego me volveré loco y ya no tendré que preocuparme más.»
               —¿Louis? —Rachel estaba subiendo la escalera—. Louis, ¿te has dormido otra

           vez?
               Durante dos o tres segundos, trató de sobreponerse haciendo un esfuerzo, al igual
           que  cuando  se  organizó  aquel  barullo  en  el  Centro  Médico,  poco  después  de  que

           llevaran  a  Pascow  en  la  manta,  moribundo.  Lo  consiguió.  Le  ayudó  el  afán  de




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