Page 79 - Cementerio de animales
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Aquellos espasmos hacían de su cuerpo lo que querían. Louis se sentía indefenso
           y  aterrado,  pero  no  por  algo  sobrenatural,  que  ahora,  a  la  luz  del  sol,  parecía
           imposible,  sino  aterrado  por  la  posibilidad  de  que  estuviera  volviéndose  loco.  Le

           parecía que un alambre invisible se le estaba enrollando en el cuerpo.
               —Basta —dijo—. Basta ya.
               Buscó en la radio con dedos torpes y tropezó con Joan Báez que cantaba sobre

           brillantes  y  herrumbre.  Aquella  voz  dulce  y  fresca  le  serenó  y,  cuando  acabó  la
           canción, Louis se sintió con ánimo de seguir conduciendo.




                                                            * * *


               Al entrar en la enfermería, saludó de pasada a la Charlton y se metió directamente

           en  el  lavabo,  seguro  de  que  tendría  un  aspecto  horrible.  Pero  no.  Sólo  unas  leves
           ojeras, y ni la propia Rachel había reparado en ellas. Se echó agua fresca a la cara, se
           secó,  se  peinó  y  se  fue  a  su  despacho.  Allí  estaban  Steve  Masterton  y  Surrendra

           Hardu, el médico indio, tomando café y repasando la carpeta Uno.
               —Buenos días, Lou —dijo Steve.
               —Buenos días.

               —Esperemos que mejores que ayer —dijo Hardu.
               —Eso. Pero tú te perdiste el jaleo.
               —Surrendra  tuvo  sus  propias  emociones  anoche  —asintió  Masterton—.

           Cuéntaselo, Surrendra.
               Hardu se limpió los lentes sonriendo.
               —A eso de la una, dos chicos me trajeron a su amiguita. Ella estaba bebida y

           alegre, celebrando la vuelta a la universidad. Tenía un corte en un muslo y yo le dije
           que debía darle cuatro puntos, pero no le quedaría cicatriz. Cosa, cosa, me dice ella.
           Yo me pongo a coser, inclinándome así. —Hardu dobló el tronco sobre un invisible

           muslo.
               Louis, imaginando lo que iba a oír entonces, empezó a sonreír.

               —Y, mientras estoy suturando, ella me vomita encima de la cabeza.
               Masterton soltó una carcajada. Louis hizo otro tanto. Hardu sonrió apaciblemente,
           como si aquello le hubiera sucedido miles de veces en miles de vidas.
               —¿Desde qué hora estás de guardia, Surrendra? —preguntó Louis.

               —Desde la medianoche —dijo Hardu—. Ya me iba. Sólo esperaba para saludarte.
               —Pues salúdame —dijo Louis estrechando la mano morena y pequeña del indio

           —, y anda a acostarte.
               —Casi  hemos  terminado  ya  con  la  carpeta  Uno  —dijo  Masterton—.  Puedes
           cantar el aleluya, Surrendra.
               —Yo me abstengo —dijo Hardu sonriendo—. No soy cristiano.




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