Page 77 - Cementerio de animales
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impedir que ella le viera en aquel estado, con los pies cubiertos de barro, la ropa de la
           cama amontonada en el suelo y aquella sábana enlodada.
               —Estoy despierto —gritó jovialmente. Le sangraba la lengua, del mordisco que

           se había dado. Tenía un remolino de ideas en la cabeza y, en el fondo de su mente,
           lejos de donde se desarrollaba la acción del raciocinio, se preguntaba si habría estado
           siempre tan próximo a aquella irracionalidad desaforada. Si lo estábamos todos.

               —¿Un huevo o dos? —Rachel se había parado en el segundo o tercer peldaño.
           Gracias a Dios.
               —Dos —respondió él casi sin darse cuenta—. Revueltos.

               —Así se habla —dijo ella, volviendo a la cocina.
               Louis cerró un momento los ojos y respiró aliviado, pero en la oscuridad volvió a
           ver los ojos plateados de Pascow y volvió a abrirlos inmediatamente. Louis empezó a

           moverse con rapidez, desterrando todo pensamiento. Quitó las sábanas. Las mantas
           estaban  bien.  Hizo  un  ovillo  con  las  sábanas,  salió  al  pasillo  y  las  arrojó  por  la

           trampilla de la ropa sucia.
               Casi  corriendo,  entró  en  el  baño,  conectó  la  ducha  manual  y  se  limpió  pies  y
           piernas  con  un  agua  que  casi  le  escaldó,  pero  él  ni  se  preocupó  de  graduar  la
           temperatura.

               Empezaba a sentirse mejor, más sereno. Mientras se secaba, le asaltó la idea de
           que  aquella  misma  sensación  debían  de  experimentar  los  asesinos  cuando  creían

           haberse  librado  de  todas  las  pruebas  comprometedoras.  Se  echó  a  reír.  Siguió
           secándose y riendo. Parecía no poder parar.
               —¡Eh, el de ahí arriba! —gritó Rachel—. ¿Qué es eso tan divertido?
               —Un  chiste  muy  personal  —contestó  Louis  sin  dejar  de  reír.  Estaba  asustado,

           pero el miedo no le quitaba la risa. Era una risa que nacía de un vientre más duro que
           los  ladrillos  de  una  pared.  Sí;  había  estado  acertado  al  tirar  las  sábanas  por  la

           trampilla. Missy Dandridge venía cinco días a la semana a pasar el aspirador, limpiar
           y… hacer la colada. Rachel no vería aquellas sábanas hasta que las pusiera otra vez
           en la cama… limpias. Era posible que Missy comentara lo de las manchas a Rachel,
           pero él no lo creía. Probablemente, la buena mujer cuchichearía a su marido que los

           Creed hacían en la cama cosas muy extrañas con barro y agujas de pino, en lugar de
           pinturas corporales.

               Esta idea hizo que Louis riera aún más fuerte.
               Mientras se vestía, la risa fue apagándose hasta extinguirse por completo y Louis
           se sintió un poco mejor. No comprendía por qué, pero así era. Ahora la habitación

           volvía a estar normal, aunque sin las sábanas. Se había librado del veneno. Tal vez la
           palabra adecuada fuera «pruebas», pero para él era un veneno.
               «Tal vez esto sea lo que hace la gente con lo inexplicable —pensó—. Tal vez esto

           haga la gente con lo irracional que no encaja con el principio de causas y efectos que




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