Page 73 - Cementerio de animales
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cristalizado  dentro  de  su  cabeza  en  estas  palabras:  «Voy  al  bosque  detrás  de  un
           muerto, voy a Pet Sematary andando detrás de un muerto, y no es un sueño. Que Dios
           me proteja, no es un sueño. Esto está pasando de verdad.»

               Bajaron por el otro lado de la colina. El sendero serpenteaba entre los árboles y
           luego cruzaba la espesura. Ahora no llevaba botas. Sintió una fría jalea bajo los pies y
           tenía  que  avanzar  sujetándose  a  las  ramas  para  no  resbalar.  Se  oían  desagradables

           chasquidos  como  de  ventosas.  Sentía  el  lodo  entre  los  dedos  de  los  pies,
           separándoselos.
               Trató desesperadamente de aferrarse a la idea de que todo era un sueño.

               No cuajaba.
               Llegaron al claro y la luna volvió a salir de su arrecife de nubes, inundando el
           cementerio de una claridad fantasmal. Las estelas —pedazos de madera y de hojalata

           cortada con las tenazas de papá y luego aplastada con el martillo, losas melladas de
           pizarra— se destacaban con claridad tridimensional, proyectando sombras negras y

           nítidas.
               Pascow  se  detuvo  junto  a  SMUCKY  GATO  OVEDIENTE  y  miró  a  Louis.  El
           horror, el terror que sentía entonces… Le parecía que estos sentimientos seguirían
           creciendo  y  creciendo  hasta  que  su  cuerpo  reventara  por  efecto  de  su  presión

           implacable. Pascow le sonreía con sus labios ensangrentados enseñando los dientes, y
           su sano color bronceado adquiría a la luz de la luna el tono marfileño del cadáver que

           va a ser amortajado.
               Pascow levantó el brazo señalando. Louis siguió con la mirada la dirección que le
           indicaba  y  lanzó  un  gemido.  Sus  ojos  se  dilataron  y  se  apretó  los  labios  con  los
           nudillos. Sintió algo frío en la cara y se dio cuenta de que estaba llorando de terror.

               El  montón  de  troncos  del  que  Jud  hiciera  bajar  a  Ellie  tan  alarmado,  se  había
           convertido  en  un  montón  de  huesos.  Y  los  huesos  se  movían,  retorcían  y

           entrechocaban: mandíbulas, fémures, cúbitos, molares, incisivos; vio las sardónicas
           calaveras de seres humanos y animales, falanges que tintineaban. Aquí, los restos de
           un pie flexionaban sus pálidas articulaciones…
               Ah, y se movía; estaba reptando.

               Pascow venía ahora hacia él, con su cara ensangrentada, sombría a la luz de la
           luna, y el último vestigio de pensamiento coherente de Louis acabó de diluirse en una

           idea repetitiva: «Tienes que gritar para despertarte, aunque asustes a Rachel, a Ellie, a
           Gage  y  a  todo  el  vecindario,  tienes  que  gritar  para  despertarte
           gritargritargritarparadespertartedespertartedespertarte…»

               Pero no le salía más que un tenue soplo de aire, como el sonido que hace el niño
           que trata de aprender a silbar.
               Pascow se acercó y empezó a hablar.

               —La puerta no debe abrirse —dijo Pascow. Se inclinaba para hablarle, porque




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