Page 122 - El Misterio de Salem's Lot
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—¿Puedes acostarlo cuando lleguéis a casa de Eva? —preguntó Matt.
               —Sí, creo que sí.
               —Perfecto. Mira, apenas si se ve el tejado de la casa de los Marsten por encima

           de los árboles.
               Ben miró. Matt tenía razón; apenas si asomaba por encima del oscuro horizonte
           de pinos, y borraba las estrellas situadas al borde del mundo visible.

               Ben abrió la portezuela del lado del pasajero. —A ver, déjamelo.
               Cargó con todo el peso de Weasel, lo sentó en el asiento del pasajero y cerró la
           portezuela. La cabeza de Weasel golpeó contra la ventanilla.

               —¿El martes a las once?
               —No faltaré.
               —Gracias. Y gracias por ayudar a Weasel —Matt le tendió la mano y Ben se la

           estrechó.
               Subió al Citroen, lo puso en marcha y volvió hacia el pueblo. Una vez la luz de

           neón  del  bar  hubo  desaparecido  detrás  de  los  árboles,  la  carretera  quedó  negra  y
           desierta. Ahora, pensó Ben, estos caminos también tienen sus fantasmas.
               A su lado, Weasel roncó y gruñó. Ben se sobresaltó y por un momento el Citroen
           perdió la dirección.

               Pero ¿por qué se me ocurrió eso? se preguntó.
               No hubo respuesta.




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               Ben abrió la ventanilla para que Weasel recibiera el aire frío mientras regresaba a
           casa. Cuando llegó a la entrada de la pensión de Eva Miller, Weasel había alcanzado

           una semiconciencia.
               A tropezones, Ben le hizo subir los escalones del porche del fondo hasta llegar a
           la  cocina,  débilmente  iluminada  por  un  fluorescente.  Weasel  gimió  y  después

           masculló roncamente:
               —Un encanto de chica, Jack, y las mujeres casadas saben... saben...
               Una sombra apareció entre las sombras del porche; era Eva, imponente con una

           vieja bata acolchada, con el pelo envuelto en rulos y sujeto por un delgado pañuelo de
           red. La crema de noche daba a su rostro un tono pálido y espectral.
               —Ed —murmuró—. Oh, Ed... sigues igual, ¿verdad?

               El sonido de su voz hizo que los ojos de Weasel se entreabrieran, y una sonrisa
           vagó por sus facciones.
               —Sigo y sigo y sigo —graznó—. ¿No eres tú quien mejor puede saberlo?

               —¿Puede subirlo hasta su habitación? —preguntó Eva a Ben.




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