Page 119 - El Misterio de Salem's Lot
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—Oh, no hay tema para un cuento en eso —respondió Matt—. La botella le ganó.
           Año tras año le ganaba un poco más, y ahora se ha adueñado completamente de él.
           En la Segunda Guerra Mundial consiguió una Estrella de Plata, en Anzio. Un cínico

           podría  pensar  tal  vez  que  su  vida  habría  tenido  más  sentido  si  se  hubiera  muerto
           entonces.
               —Yo no soy cínico, —declaró Ben—, y este hombre me gusta. Pero creo que lo

           mejor será que esta noche le lleve a casa en el coche.
               —Estaría  muy  bien  que  lo  hicieras.  Pues  yo  vengo  aquí  de  vez  en  cuando  a
           escuchar música. Me gusta la música fuerte, y más ahora que ha empezado a fallarme

           el oído. He sabido que estás interesado en la casa de los Marsten. ¿Tu libro se refiere
           a ella?
               —¿Quién te lo ha dicho? —preguntó Ben, con un sobresalto.

               Matt sonrió.
               —¿Cómo es eso que se dice en esa vieja canción de Marvin Gaye? Me lo contó

           un pajarito. Sabrosa expresión, gráfica, aunque si uno lo piensa la imagen es un poco
           oscura. Uno se imagina un hombre con el oído alerta a lo que dice un gorrión o una
           golondrina... Pero estoy divagando. Divago mucho últimamente, y ya ni siquiera trato
           de disimularlo. Pues lo he sabido por lo que la gente de la prensa llamaría fuente

           autorizada...  es  decir,  de  Loretta  Starcher,  la  bibliotecaria  de  nuestra  ciudadela
           literaria local. Tú has estado allí varias veces para leer los artículos referentes al viejo

           escándalo en el Ledger, de Cumberland, y ella te buscó también dos libros que son
           recopilaciones  de  artículos  sobre  crímenes,  y  en  ellos  se  hacía  referencia  a  él.  De
           paso,  el  artículo  de  Lubert  es  bueno...  en  1946,  vino  personalmente  a  Solar  a
           investigar; pero el de Snow es puro invento.

               —Ya lo sé —asintió Ben.
               La  camarera  depositó  otra  botella  de  cerveza  sobre  la  mesa.  Matt  le  pagó  y

           comentó:
               —Fue espantoso lo que sucedió allá arriba. Y aún sigue pesando en la conciencia
           del pueblo. Claro que las historias de crueldad y asesinato siempre se transmiten con
           deleite morboso de generación en generación; en cambio, los estudiantes gruñen y se

           quejan cuando se les sitúa frente a un George Washington o un Jonas Salk. Pero creo
           que hay algo más que eso. Tal vez se deba a un capricho geográfico.

               —Sí —dijo Ben, interesado a su pesar. El profesor acababa de expresar una idea
           que  desde  el  día  que  había  regresado  al  pueblo,  desde  antes  tal  vez,  acechaba  su
           conciencia—.  Está  sobre  esa  colina  que  domina  la  aldea  como...  oh,  como  una

           especie de ídolo sombrío.
               Dejó escapar una risita para que el comentario sonara trivial, pues de pronto le
           pareció que había dicho algo que sentía con tal profundidad que era como abrirle a un

           extraño una ventana sobre su alma. La atención con que le escudriñó Matt Burke no




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