Page 115 - El Misterio de Salem's Lot
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Ann Norton los vio venir desde la ventana. Antes había llamado al bar. «No —le
había dicho la señorita Coogan con una especie de júbilo—. Aquí no han estado.»
¿Dónde has estado, Susan? Oh, ¿dónde habéis estado?
La boca se le retorció en una fea mueca de angustia.
Vete, Ben Mears. Vete y déjala en paz.
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—Haz algo importante por mí, Ben —pidió Susan al desprenderse de sus brazos.
—Todo lo que pueda.
—No hables de estas cosas con nadie en el pueblo. Con nadie.
Ben sonrió sin alegría.
—No te preocupes. No estoy ansioso por conseguir que la gente me considere un
chiflado.
—¿Cierras con llave tu cuarto en la pensión de Eva?
—No.
—Pues yo empezaría a hacerlo. —Susan le miró—. Tienes que pensar que eres
sospechoso.
—¿Para ti también?
—Lo serías, si no te amara.
Y se alejó, andando con pasos rápidos por la senda mientras Ben la seguía,
vigilante, con la vista, aturdido por todo lo que él mismo había dicho y más aturdido
aún por las últimas palabras de Susan.
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Cuando llegó a su habitación se encontró con que no podía escribir ni dormir;
estaba demasiado excitado para hacer cualquiera de las dos cosas. Entonces decidió
calentar el motor del Citroen y, después de un momento de vacilación, se dirigió al
bar de Dell.
El local estaba atestado de gente, ruidoso y lleno de humo. La banda, un grupo
que tocaba música country, que se hacía llamar los Rangers, estaba interpretando
Jamás habías ido tan lejos y compensaban con el volumen todos sus fallos de calidad.
Unas cuarenta parejas, casi todas vestidas con téjanos azules, giraban sobre la pista.
Los taburetes instalados frente a la barra estaban ocupados por obreros de la
construcción y del aserradero. Todos bebían jarras de cerveza, y todos usaban
idénticas botas de trabajo con suelas de crepé, atadas con tiras de piel.
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