Page 203 - El Misterio de Salem's Lot
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Margie pareció respirar con más facilidad. Por un momento cerró los ojos, y a Tony
           volvió a impresionarle la tersa blancura de los dientes en contraste con sus labios.
           Sintió deseos de besarla.

               —Déjame llamar al medico.
               —No, ya estoy mejor. Es que el sol me... hacía mal. Como si me debilitara. Ya me
           siento mejor. —Efectivamente, las mejillas se le habían coloreado un poco.

               —¿Estás segura?
               —Sí, ya estoy bien.
               —Has trabajado demasiado, cariño.

               —Sí —asintió ella con ojos indiferentes.
               Tony le acarició el pelo con afecto.
               —Tenemos que superar esto, Margie. Es necesario. Tienes un aspecto... —Como

           no quería herirla, se detuvo.
               —Tengo un aspecto espantoso, ya lo sé. Anoche, antes de acostarme, me miré en

           el  espejo  del  cuarto  de  baño  y  casi  creí  que  no  estaba.  Por  un  momento...  —una
           sonrisa se dibujó en sus labios— me pareció que podía ver la bañera a través de mi
           cuerpo. Como si quedara apenas un velo de mí, y ese velo fuera... tan pálido...
               —Quiero que te vea el doctor Reardon.

               —Estas  tres  o  cuatro  últimas  noches  he  tenido  un  sueño  hermoso,  Tony  —
           prosiguió ella como si no le hubiera oído—. Tan real. En el sueño, Danny vuelve y

           me dice: «Mami, mami, cuánto me alegro de estar en casa.» Y dice... dice...
               —¿Qué dice? —preguntó Tony con suavidad.
               —Dice... que es otra vez mi bebé. Mi hijito, y le doy de mamar y... y tengo una
           sensación de dulzura, pero con algo amargo también, como era antes de destetarlo,

           pero cuando ya tenía dientes y me mordía... oh, qué horrible debe de parecer todo
           esto. Como una de esas historias para psiquiatras.

               —No —la tranquilizó él—. Nada de eso.
               Se arrodilló junto a ella, y Margie le echó los brazos al cuello, sollozando. Sus
           brazos estaban frescos.
               —No llames al médico, Tony, por favor. Hoy descansaré.

               —Está bien —cedió él sin demasiada convicción.
               —Es un sueño tan hermoso, Tony —continuó ella, con los labios apoyados contra

           su garganta. El movimiento de los labios, la amortiguada dureza de los dientes que se
           percibía detrás de ellos, tenía una increíble sensualidad. Tony experimentó una súbita
           erección—. Ojalá pudiera tenerlo otra vez esta noche.

               —Tal  vez  lo  tengas  —la  tranquilizó  él,  acariciándole  el  pelo—.  Sí,  tal  vez  lo
           tengas.



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