Page 201 - El Misterio de Salem's Lot
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—Tesoro —suplicó Sandy—, deja de burlarte de mamá.
Extendió la otra mano para abrirle la boca y meterle el resto de la crema.
—Bueno —suspiró Sandy McDougall y sus labios se distendieron en una sonrisa,
teñida de una esperanza indescriptiblemente rota.
Se recostó en su silla, relajándose poco a poco. Ahora ya estaba bien. Ahora
Randy se daría cuenta de que su madre le amaba y acabaría con esa broma cruel.
—¿Está bueno? —preguntó en un murmullo—. ¿Está bueno el chocolate, Randy?
¿Le haces una sonrisita a mamá? Sé bueno con mamá y sonríe una vez.
Con dedos temblorosos, volvió a levantar el ángulo de la boca del niño.
El chocolate cayó sobre la bandeja... pfop. Sandy empezó a chillar.
3
El sábado por la mañana Tony Glick despertó cuando Marjorie, su mujer, se cayó
en la sala.
—¿Margie? —la llamó, mientras bajaba los pies de la cama—. ¿Margie?
—Estoy bien, Tony —respondió ella después de un largo momento.
Tony se sentó en el borde de la cama, mirándose los pies. Tenía el pecho desnudo
y el cordón de su pantalón de pijama a rayas le pendía entre las piernas. El pelo,
enmarañado, era un verdadero nido de cuervos. Tony tenía abundante cabello negro,
que sus dos hijos habían heredado. La gente creía que era judío, pero él pensaba que
ese pelo debería traicionar su origen italiano. Su abuelo se había apellidado
Gliccucchi. Cuando alguien le dijo que en Estados Unidos era más fácil abrirse paso
con un apellido sajón, algo breve y fácil de recordar, el abuelo se lo había hecho
cambiar legalmente por Glick. El cuerpo de Tony Glick era robusto, moreno y
musculoso. Su rostro reflejaba la expresión de un hombre a quien han atacado a
golpes en el momento en que salía de un bar.
Había pedido permiso en su trabajó, y durante la última semana había dormido
mucho. Cuando dormía todo le parecía más fácil. A las siete y media se sumergía en
un dormir sin sueños hasta las diez de la mañana siguiente, y durante la tarde hacía
una siesta de dos a tres. El tiempo transcurrido entre la escena que había
protagonizado durante el funeral de Danny y esa soleada mañana de sábado, casi una
semana después, le parecía incierto, como si no fuera real. La gente seguía
llevándoles comida. Guisados, conservas, bizcochos, pasteles. Margie decía que no
sabía qué iban a hacer con todo eso. Ninguno de los dos tenía hambre. El miércoles
por la noche Tony había intentado hacer el amor con su mujer y los dos se habían
echado a llorar.
Y Margie no tenía buen aspecto. Su forma de hacer frente a la situación había
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