Page 201 - El Misterio de Salem's Lot
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—Tesoro —suplicó Sandy—, deja de burlarte de mamá.
               Extendió la otra mano para abrirle la boca y meterle el resto de la crema.
               —Bueno —suspiró Sandy McDougall y sus labios se distendieron en una sonrisa,

           teñida de una esperanza indescriptiblemente rota.
               Se  recostó  en  su  silla,  relajándose  poco  a  poco.  Ahora  ya  estaba  bien.  Ahora
           Randy se daría cuenta de que su madre le amaba y acabaría con esa broma cruel.

               —¿Está bueno? —preguntó en un murmullo—. ¿Está bueno el chocolate, Randy?
           ¿Le haces una sonrisita a mamá? Sé bueno con mamá y sonríe una vez.
               Con dedos temblorosos, volvió a levantar el ángulo de la boca del niño.

               El chocolate cayó sobre la bandeja... pfop. Sandy empezó a chillar.



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               El sábado por la mañana Tony Glick despertó cuando Marjorie, su mujer, se cayó
           en la sala.
               —¿Margie? —la llamó, mientras bajaba los pies de la cama—. ¿Margie?
               —Estoy bien, Tony —respondió ella después de un largo momento.

               Tony se sentó en el borde de la cama, mirándose los pies. Tenía el pecho desnudo
           y el cordón de su pantalón de pijama a rayas le pendía entre las piernas. El pelo,

           enmarañado, era un verdadero nido de cuervos. Tony tenía abundante cabello negro,
           que sus dos hijos habían heredado. La gente creía que era judío, pero él pensaba que
           ese  pelo  debería  traicionar  su  origen  italiano.  Su  abuelo  se  había  apellidado

           Gliccucchi. Cuando alguien le dijo que en Estados Unidos era más fácil abrirse paso
           con  un  apellido  sajón,  algo  breve  y  fácil  de  recordar,  el  abuelo  se  lo  había  hecho
           cambiar  legalmente  por  Glick.  El  cuerpo  de  Tony  Glick  era  robusto,  moreno  y

           musculoso.  Su  rostro  reflejaba  la  expresión  de  un  hombre  a  quien  han  atacado  a
           golpes en el momento en que salía de un bar.
               Había pedido permiso en su trabajó, y durante la última semana había dormido

           mucho. Cuando dormía todo le parecía más fácil. A las siete y media se sumergía en
           un dormir sin sueños hasta las diez de la mañana siguiente, y durante la tarde hacía
           una  siesta  de  dos  a  tres.  El  tiempo  transcurrido  entre  la  escena  que  había

           protagonizado durante el funeral de Danny y esa soleada mañana de sábado, casi una
           semana  después,  le  parecía  incierto,  como  si  no  fuera  real.  La  gente  seguía
           llevándoles comida. Guisados, conservas, bizcochos, pasteles. Margie decía que no

           sabía qué iban a hacer con todo eso. Ninguno de los dos tenía hambre. El miércoles
           por la noche Tony había intentado hacer el amor con su mujer y los dos se habían
           echado a llorar.

               Y Margie no tenía buen aspecto. Su forma de hacer frente a la situación había




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