Page 287 - El Misterio de Salem's Lot
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pantalones de pana y una pulcra camiseta azul. Parece que se haya caído de la
bicicleta, pensó. El chico le pareció conocido, pero no conseguía identificarlo.
Probablemente fuera de alguna de las familias nuevas que se habían instalado en
Jointner Avenue.
—¿Ben Mears vive aquí?
Eva estuvo a punto de preguntarle por qué no estaba en el instituto, pero no lo
hizo. Su expresión era muy seria, e incluso grave. Bajo los ojos se le veían sombras
azules. —Está durmiendo. —¿Puedo esperarlo?
Desde la funeraria de Green, Homer McCaslin había ido directamente a la casa de
los Norton en Brock Street. Cuando llegó allí eran las once. La señora Norton estaba
llorando, y aunque Bill Norton parecía tranquilo, estaba fumando un cigarrillo tras
otro y su expresión era tensa.
McCaslin prometió que transmitiría telegráficamente una descripción cíe la chica.
Sí, los llamaría tan pronto como supiera algo. Claro que averiguaría en los hospitales
de la zona, ése era el procedimiento de rutina, y también llamaría al depósito de
cadáveres. En su fuero interno pensaba que la chica debía de haberse escapado de
casa tras alguna discusión. Susan había estado hablando de marcharse.
Así y todo, recorrió algunos de los caminos apartados, mientras oía las descargas
de la radio. Pocos minutos después de medianoche, cuando volvía por Brooks Road
hacia el pueblo, las luces del coche chocaron con algo que devolvió un brillo
metálico: un coche aparcado en el bosque.
El sheriff se detuvo, retrocedió y bajó. El coche estaba aparcado en una vieja
senda abandonada del bosque. Un Chevy Vega, marrón claro, de dos años. Sacó su
gruesa agenda, la recorrió hasta dejar atrás la entrevista con Ben y Jimmy, e iluminó
con su linterna el número de matrícula que le había dado la señora Norton» Sí,
coincidía. Era el coche de la chica. Ahora la cosa parecía más grave. Apoyó la mano
sobre el capó del motor: estaba frío —¿Sheriff?
Una voz leve, alegre como un campanilleo. ¿Por qué de pronto su mano había
saltado a la culata del revólver?
Al darse la vuelta vio a la hija de los Norton, increíblemente hermosa, que se le
acercaba de la mano de un hombre joven, cuyo pelo negro estaba anticuadamente
peinado hacia atrás, descubriéndole la frente. McCaslin le dirigió el haz de la linterna
a la cara y tuvo la extraña impresión de que la luz brillaba a través de él, sin
iluminarle. Y aunque venían caminando, no dejaban huella alguna en la tierra 6/anda.
Sintió miedo y prevención, y su mano se tensó sobre el revólver. McCaslin apagó la
linterna y esperó.
—Sheriff —dijo Susan en voz baja, acariciante.
—Qué amable que viniera —agregó su acompañante.
Los dos se abalanzaron sobre él.
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