Page 290 - El Misterio de Salem's Lot
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avanzando  hacia  un  futuro  totalmente  diferente.  Una  pequeña  multitud  iba
           reuniéndose, procedente de un bar que había en una esquina y de una lechería en la
           esquina de enfrente. Y entonces había empezado a sentir lo mismo que sentía ahora:

           esa tremenda, espantosa interacción de lo mental y lo físico que es el comienzo de la
           aceptación  y  cuya  única  contrapartida  es  la  violencia.  Parece  que  el  estómago
           descendiera; Los labios se entumecen. En el paladar se forma una especie de espuma.

           Un sonido como de timbre retumba en los oídos. La piel de los testículos hormiguea
           y se tensa. La mente, como si se apartara, como si desviara los ojos ante una luz
           demasiado  intensa.  Por  segunda  vez,  Ben  se  había  soltado  de  las  manos  del

           bienintencionado camionero y había ido hacia el zapato. Lo levantó. Le dio vueltas.
           Metió una mano dentro y sintió que conservaba todavía el calor del pie. Con el zapato
           en la mano, había dado dos pasos más y había visto asomar las piernas de Miranda

           por  debajo  de  las  ruedas  delanteras  del  camión,  con  los  téjanos  amarillos  que  tan
           alegre  y  despreocupadamente  se  había  puesto  para  salir  del  apartamento.  Era

           imposible creer que la muchacha que se había enfundado esos pantalones estuviera
           muerta y, sin embargo, Ben sentía que la aceptación del hecho estaba ahí, la sentía ya
           en  el  vientre,  en  la  boca,  en  los  testículos.  Y  había  lanzado  un  grito,  y  en  ese
           momento el periodista le había fotografiado, para la colección de recortes de Mabel.

           Un  zapato  puesto,  el  otro  no.  La  gente  mirando  ese  pie  desnudo  como  si  jamás
           hubiera visto uno. Ben se había apartado un par de pasos, doblándose en dos.

               —Voy a vomitar.
               —Claro.
               Se fue detrás del Citroen, doblado en dos, aferrándose al picaporte. Cerró los ojos,
           sintió que la oscuridad se vertía sobre él y en la oscuridad apareció el rostro de Susan,

           que le sonreía, mirándole con sus ojos adorables, profundos. Volvió a abrir los ojos y
           se le ocurrió que tal vez el chico estuviera mintiendo o estuviera confundido, o fuera

           un psicópata. Pero la idea no le dio esperanza alguna. Ese chico no era así. Se volvió
           para mirarle y en su rostro sólo había inquietud, nada más.
               —Vamos—le dijo.
               Mark subió al coche y arrancaron. Desde la ventana de la cocina, con el entrecejo

           fruncido, Eva Miller los vio partir. Algo malo había pasado, Eva lo sentía. Estaba
           llena de eso, de la misma manera que había estado llena de un terror oscuro el día que

           murió su marido.
               Se  levantó  para  telefonear  a  Loretta  Starcher.  El  teléfono  sonó  y  sonó  sin  que
           nadie lo cogiera. ¿Dónde podría estar? En la biblioteca no, sin duda. Los lunes estaba

           cerrada.
               Se quedó inmóvil, mirando pensativamente el teléfono. Tenía la sensación de un
           gran desastre, tal vez algo tan espantoso como el incendio de 1951.

               Finalmente volvió a tomar el teléfono y llamó a Mabel Werts, que estaba al tanto




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