Page 286 - El Misterio de Salem's Lot
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más de trabajo. Después estuvo demasiado ocupada en volver a ordenar todo y en
lavar los platos de ese condenado de Grover Verrill, y del inútil de Mickey Sylvester,
que invariablemente hacían caso omiso del cartel que desde hacía años rogaba,
pegado encima del fregadero: «Por favor, lave su plato.»
Pero/a medida que «1 silencio iba infiltrándose de nuevo en el día, y que el trajín
frenético del desayuno se diluía en la rutina de las cosas que hacer, Eva volvió a
echarlo de menos. El lunes era el día que recogían la basura en Railroad Street, y
siempre era Weasel el que sacaba las grandes bolsas verdes de plástico hasta el borde
de la acera, para que Royal Snow las recogiera en su destartalado camión
International Hámster. Hoy, las bolsas verdes estaban todavía en los escalones del
fondo.
Eva subió hasta la habitación de él y llamó suavemente.
—¿Ed?
No hubo respuesta. Cualquier otro día, la viuda habría supuesto que estaba
borracho y se habría limitado a sacar ella misma las bolsas. Pero esa mañana sintió
que en su interior se removía una débil inquietud, de modo que abrió la puerta y
asomó la cabeza.
—¿Ed? —repitió en voz baja.
El cuarto estaba vacío. La ventana próxima a la cabecera de la cama estaba
abierta, y las cortinas flotaban perezosamente al suave impulso de la brisa. La cama
estaba deshecha, y Eva volvió a hacerla sin pensarlo, dejando simplemente que sus
manos hicieran su trabajo. Al dar la vuelta hacia el otro lado, algo crujió bajo su pie.
Cuando miró, vio que era el espejo de marco de carey de Weasel, hecho pedazos en e)
suelo. Lo levantó y se quedó mirándolo con ceño. El espejo había pertenecido a la
madre de Weasel, y en una ocasión él había declinado los diez dólares que le ofreció
un anticuario. Pero eso había sido antes de que empezara a beber.
Eva buscó la papelera en el armario del pasillo y recogió los restos con gestos
lentos y pensativos. Sabía que Weasel no se había acostado ebrio la noche anterior, y
después de las nueve no había donde pudiera comprar cerveza, a no ser que alguien le
hubiera llevado en coche hasta el bar de Dell o a Cumberland.
Arrojó los trocitos del espejo en la papelera de Weasel, y durante un momento se
vio deshecha en mil reflejos. Miró en la papelera, pero ahí no había ninguna botella
vacía. Y de todas maneras, el estilo de Ed Craig no era beber a escondidas.
Bueno, ya volverá, se dijo.
Pero mientras bajaba por la escalera, la inquietud no la abandonó. Aunque no lo
admitiera conscientemente, Eva sabía que sus sentimientos hacia Weasel eran más
profundos que una preocupación amistosa.
—¿Señora?
Sobresaltada, vio al extraño que estaba en la cocina. Era un muchacho que llevaba
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