Page 380 - El Misterio de Salem's Lot
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Bajó al sótano en busca del cuerpo de Jimmy, y ésa fue la tarea más dura. El ataúd
           seguía  allí  donde  había  estado  la  noche  anterior,  vacío  ya  incluso  de  polvo.  Sin
           embargo... no estaba vacío. La estaca había quedado dentro, y había algo más. Ben

           sintió que se le cerraba la garganta. Dientes. Los dientes de Barlow era lo único que
           quedaba  de  él.  Ben  se  inclinó  a  recogerlos,  y  se  le  retorcieron  en  la  mano  como
           minúsculos animalillos blancos que intentaban morder.

               Con un grito de repugnancia, los arrojó lejos de sí.
               —Dios —susurró, mientras se frotaba la mano contra la camisa—. Oh, Dios mío.
           Por favor, que esto sea el fin. Que sea realmente su fin.

               Con dificultad consiguió sacar del sótano el cuerpo de Jimmy, todavía envuelto en
           las  cortinas  de  Eva.  Acomodó  el  bulto  en  el  maletero  del  Buick  de  su  amigo  y
           después se dirigió a la casa de los Petrie. En el asiento de atrás, junto al maletín negro

           de Jimmy, había puesto la pala y el pico. En un claro del bosque, detrás de la casa de
           los Petrie y próximo al acuático parloteo de Taggart Stream, se pasó la mañana y

           parte de la tarde cavando una fosa de un metro y medio de profundidad. Allí puso el
           cuerpo de Jimmy y los de los Petrie, cubiertos todavía por la funda del sofá.
               Eran las dos y media cuando empezó a llenar la tumba de esos tres inocentes. A
           medida  que  la  luz  empezó  a  aclarar  lentamente  el  cielo  cubierto  de  nubes,  Ben

           trabajaba  con  más  y  más  rapidez.  Un  sudor  que  no  era  causado  solamente  por  el
           ejercicio iba condensándosele sobre la piel.

               Hacia las cuatro, el hoyo estaba cubierto. Volvió al pueblo,
               Jimmy. Aparcó el vehículo frente al Excellent, dejando las llaves puestas.
               Miró alrededor. Parecía que los abandonados edificios de oficinas se inclinaran
           con  una  especie  de  crepitación  sobre  la  calle.  La  lluvia,  que  había  comenzado  al

           mediodía, caía suave y lentamente, como un símbolo de duelo. El parquecillo donde
           Ben se había encontrado con Susan Norton estaba vacío y solitario. Las cortinas del

           ayuntamiento  estaban  bajadas.  En  el  cristal  de  la  oficina  inmobiliaria  de  Larry
           Crockett,  un  pequeño  cartel  amarillento  anunciaba  irrisoriamente:  «Vuelvo
           enseguida.»
               Y el único sonido seguía siendo el de la lluvia.

               Ben caminó un poco hacia Railroad Street, sintiendo el resonar de sus tacones
           sobre la acera. Cuando llegó a casa de Eva se detuvo junto a su coche, mirando por

           última vez alrededor. Nada se movía.
               El pueblo estaba muerto. De pronto lo supo con una certeza absoluta, la misma
           con que había sabido que Miranda estaba muerta cuando vio su zapato en el asfalto.

               Empezó a llorar.
               Todavía lloraba cuando el Citroen pasó junto al cartel del turismo, que saludaba:
           «Te alejas ahora de Jerusalem's Lot, un pueblo agradable. ¡Vuelve pronto!»

               Llegó a la autopista. La casa de los Marsten se perdió entre los árboles cuando




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