Page 11 - Un café con sal
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Capítulo 2



  Pipipipiiiiiiii… Pipipipiiiii…

      Cuando sonó el despertador a las seis menos cuarto de la mañana, Lizzy se quiso morir. Estaba
  agotada. Apenas había dormido cuatro horas y eso la mataba.
      Tras desperezarse, se sentó en la cama, resopló, se levantó y se encaminó a la ducha. Allí se quitó

  el vendaje que llevaba en el codo sin mirar demasiado. No quería marearse.
      Cuando el agua comenzó a correr por su cabeza murmuró:
      —¡Qué placer!
      Durante  varios  segundos  se  apoyó  en  la  pared  de  la  ducha  mientras  el  agua  resbalaba  por  su
  cuerpo; la imagen del hombre con el que había terminado la noche cruzó por su mente y suspiró.

  Pensar en él, en su sonrisa, en su mirada y en su segura más que potente virilidad le calentaba el alma
  y,  sin  saber  por  qué,  se  pasó  las  manos  por  el  cuerpo  hasta  llegar  a  su  ombligo.  Allí  paró  y,
  sonriendo, dijo:

      —Lizzy… Lizzy… ¡No alucines!
      Suspiró tratando de olvidar lo que segundos antes imaginaba y terminó rápidamente su ducha.
  Una vez que se hubo vestido, y ya más despejada, se dirigió hacia la cocina, donde cada mañana sus
  padres la esperaban tomando café.
      —Buenos días, mi preciosa Elizabeth —saludó su padre.

      Con una candorosa sonrisa, se aproximó al hombre que adoraba y lo besó en la mejilla. Luego se
  acercó a su madre para besarla y, mientras se servía un café, preguntó guiñándole un ojo a su padre:
      —Mamá, ¿has hecho tostadas?

      La mujer le puso rápidamente un platito delante y, satisfecha, contestó:
      —Por supuesto, Aurora. Sé que te gustan mucho.
      Su  padre  le  guiñó  un  ojo  y  Lizzy,  encantada,  sonrió.  Sabía  lo  importantes  que  eran  aquellos
  pequeños  detalles  y  no  le  costaba  nada  hacerle  saber  a  su  madre  lo  mucho  que  aquellas  tostadas
  representaban para ella.

      —Mamá, ¿qué planes tenéis para hoy? —se interesó mientras desayunaba.
      —Iré a comprar fruta al mercadillo y luego, esta tarde, tu padre y yo nos iremos a casa de tu tía
  Lina a jugar unas partidillas al mus. Por cierto, ese amigo tuyo, el Garbanzo, cada día tiene más pinta

  de delincuente.
      —¡Mamá!
      —Ni mamá, ni memé, Aurorita. Pero ¿qué se ha hecho en las orejas ese muchacho? Si parece un
  batusi. ¡Qué disgusto debe de tener su madre!
      Lizzy no pudo evitar reír; el Garbanzo llevaba meses dilatándose los agujeros de las orejas.

      —Sólo  pido  al  cielo  que  nunca  te  enamores  de  un  hombre  que  lleve  las  orejas  así  ni…  —
  prosiguió su madre.
      —Ni que lleve pearcing, ¡ya lo sé, mamá! —la interrumpió ella.

      Su madre suspiró. No entendía a la juventud actual y, mirando el pelo de su hija, protestó:
      —Mira tu cabello. ¡Ay, qué pena, hija mía! Con la bonita melena que tienes, ¡menudo crimen te
  has hecho rapándote un lado de tu hermosa cabeza!
      —Mamáaaaaaaaaa…
      —Vale. Me callo… Mejor me callo y no digo nada más.
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