Page 14 - Un café con sal
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—Por supuesto, señor, ahora mismo.
Entre refunfuños internos, caminó hacia la mesa en la que estaban la mermelada, la mantequilla y
el azúcar, mientras la música que sonaba suavemente por los altavoces del restaurante le hizo
canturrear.
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Al escuchar aquella canción, Puedes contar conmigo , sonrió. Le encantaba el grupo musical La
Oreja de Van Gogh, y pensar que en unos días iría a uno de sus conciertos privados en Madrid, le
alegró el momento.
Al llegar a la mesa cogió el sobre de azúcar, pero de pronto el demonio interno de Lizzy la Loca,
ese que le hacía cometer disparates de vez en cuando, le hizo soltarlo y canturrear:
—Un café con sal…
Con disimulo, observó al tipo estirado y, sin dudarlo, cogió un sobrecito de sal, lo abrió y, sin
pensar en las consecuencias, lo echó en el café y lo removió.
A continuación, caminó hacia la mesa donde él la esperaba tranquilamente ojeando el periódico y,
cuando dejó la taza ante él, murmuró:
—Su café con leche, señor, ¡que le aproveche!
William la miró y vio cómo el gesto pícaro de ella se esfumaba al ver entrar de nuevo a su jefe en
el restaurante y dirigirse directamente hacia ellos.
«Joder… joder… ¡me ha pillado!», supuso desconcertada.
Instantáneamente se arrepintió de su acción. Pero ¿qué bicho le había picado para echarle sal en el
café?
¿Se había vuelto loca?
Pensó en cómo arrebatárselo antes de que el estropicio llegara a más, pero el jefe de sala se
acercaba hasta ellos y ya nada se podía hacer para remediar el inminente desastre.
—¿Todo bien por aquí, señor Scoth? —preguntó parándose cordialmente junto a la mesa.
William, que en ese instante acababa de dar un sorbo, notó el sabor de aquel brebaje y quiso
escupir. Aquello parecía matarratas… Sin embargo, al ver que la joven estaba descompuesta
mirándolo, intentó controlar su gesto y, deglutiendo la bazofia que le había servido, respondió con
seguridad.
—Todo perfecto.
Lizzy se quiso morir. El trago que acababa de darle al café con sal tenía que haberle sabido a
rayos y centellas y, cuando su jefe se alejó, se mordió el labio inferior y, arrepentida por lo que había
hecho, susurró llenándole un vaso con agua fresca:
—Aiss, Dios míooooooo… Lo siento… lo siento…
—¡Cállese! —siseó él.
—Se me nubló la mente y salió Lizzy la Loca. Perdí la razón por un instante y yo… le eché sal en
vez de azúcar y… Oh, cielossssss…, lo sientooooooooooo de todo corazón y le pido millones de
disculpas.
Con mal sabor en la boca, el hombre se levantó y rechazó el vaso de agua que ella le ofrecía. Lo
que acababa de hacerle era una falta muy grave, intolerable.
Lizzy, asustada y arrepentida por su mala acción, se encogió, y él, mirándola desde su
impresionante altura, le advirtió mientras se agachaba hacia su cara:
—Aléjese de mí antes de que haga que la despidan.
—Lo sientooooooooooo.