Page 15 - Un café con sal
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—Fuera de mi vista o le juro que…
      Pero  no  pudo  continuar.  En  ese  momento  se  oyó  un  estruendo  en  la  sala.  Su  jefe  se  había

  resbalado y estaba espatarrado en el suelo. Sin tiempo que perder, los dos acudieron en su ayuda y
  William, al ver que aquél tenía sangre en la frente, dijo:
      —Elizabeth, no mires.
      —¿Por qué? —Y al hacerlo murmuró—: Oh, Diosssssssssssssssss… Tiene… tiene… sang…
      William la asió de la cintura con celeridad antes de que cayera desplomada. Era la segunda vez

  que la sostenía entre sus brazos en menos de veinticuatro horas. Durante unos instantes, le miró su
  delicado rostro y finalmente, al ver al hombre en el suelo, la llevó hasta uno de los sillones.
      Instantes después aparecieron en el comedor varios camareros.

      —Llamen a una ambulancia —pidió William. Luego miró a Triana, la amiga de la joven, que se
  les acercaba y añadió—: Ocúpese de ella mientras yo me encargo de él.
      Triana asintió.
      —Sí, señor.
      Media hora después, Lizzy, ya repuesta de su desmayo, andaba junto a Triana cuando vio que

  William entraba en el hotel. Él aceleró el paso para acercarse hasta ella y, cuando estuvo a su lado, le
  preguntó mirándole a los ojos:
      —¿Te encuentras bien, Elizabeth?

      Triana, sorprendida porque aquel caballero conociera el nombre de su amiga, la miró.
      ¿Desde cuándo Lizzy se tuteaba con aquel hombre?
      La joven, atosigada por la mirada de ambos, murmuró:
      —Sí, señor. Gracias.
      La compañera, al intuir que sobraba por cómo la miraba él, se excusó para alejarse.

      —He de regresar ¡urgentemente! a la cocina.
      Una vez que se quedaron solos, él, sin quitarle el ojo de encima a la joven, dijo:
      —Sin duda, ves una gota de sangre y te mareas. Nunca te podremos contratar como enfermera.

      A ella aquello le hizo gracia y, mirándolo, cuchicheó:
      —Siento lo del café. Fue una tontería y…
      —Francamente  estaba  asqueroso  —la  cortó—.  No  es  algo  que  una  camarera  que  se  precie  de
  trabajar en este hotel deba hacer. Pero —sonrió—, si eso ha hecho que me vuelvas a sonreír, habrá
  merecido la pena ese sorbo de café con sal.

      Ambos sonrieron. Lizzy se sentía muy acalorada por cómo la contemplaba y trató de escabullirse.
      —He de regresar al trabajo. Gracias por todo.
      Con  rapidez,  él  se  movió  y,  tras  cogerle  la  mano,  se  la  besó  con  delicadeza.  Aquel  gesto  tan

  caballeroso  que  su  padre  siempre  hacía  cuando  le  presentaban  a  una  mujer  le  hizo  gracia  y,  tras
  guiñarle un ojo, se marchó. Debía continuar trabajando.
      Cuando entró en las cocinas, Triana fue a su encuentro, la asió de la mano que él acababa de besar
  y le preguntó:
      —¿Qué me tienes que contar?

      Al oír aquello, Lizzy sonrió y, antes de poder decir nada, Triana insistió.
      —¿De qué os conocéis? ¿Por qué sabe tu nombre?
      La joven se encogió de hombros y respondió:

      —Anoche, cuando me despedí de ti e iba hacia Paco, un coche casi lo atropella… y yo lo salvé.
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