Page 18 - Un café con sal
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—¿Lo has probado?
Lizzy negó con la cabeza. Los vinos no la volvían loca; él continuó.
—Esta maravilla es fruto de unos viñedos de más de setenta años; en su proceso de elaboración,
este vino ha sido altamente mimado para que se disfrute al beberlo.
Acalorada por aquellas simples palabras dirigidas al caldo, que ella se tomó como propias,
asintió. Cuando él le devolvió la botella y ella estaba a punto de cogerla, le preguntó:
—He oído que esta noche quizá vayas al cine con unos amigos.
Sorprendida por su curiosidad, murmuró abriendo la botella para decantarla:
—Puede…
De pronto, el jefe de sala se acercó hasta ellos y, quitándole a la joven la valiosa botella de vino
de las manos, le ordenó:
—Yo me ocuparé, Lizzy. Regresa a tu trabajo.
La chica asintió y, sin mirar a un ofuscado William, se marchó. Debía continuar con sus tareas.
Aquella tarde, al salir del trabajo, la muchacha esperaba en la puerta del hotel fumándose un
cigarrillo cuando oyó a sus espaldas:
—Fumar perjudica la salud.
Al volverse, sorprendentemente se encontró de nuevo con el hombre que no podía quitarse de la
cabeza; ella, sin hablar, asintió. Cuanto menos hablara con él, mejor.
Durante unos segundos ambos permanecieron callados, hasta que él añadió:
—¿Has acabado tu turno?
—Sí.
—¿Sabes qué película vas a ver?
Ella negó.
—No. Llegaremos a un consenso entre todos los colegas.
William, algo jorobado por saber que ella se marchaba con sus amigos, fue a hablar cuando un
coche con la música a toda leche paró ante ellos.
—Uoooolaaaa, Lizzy —saludó alegremente el Garbanzo desde el interior.
Ella sonrió y apagó el cigarrillo, y William, sin dejar de escudriñar al chico que iba dentro del
vehículo, preguntó con curiosidad:
—¿Qué le pasa en las orejas?
«Otro antiguo como mi madre», pensó resoplando y, sin contestar a su pregunta, se despidió.
—Hasta mañana, señor.
William farfulló también una despedida y, ante sus ojos, aquel joven arrancó el vehículo y ella se
marchó.
Para William, perderla de vista era decepcionante, por lo que se dio la vuelta y decidió volver al
trabajo. Para eso estaba en Madrid.
Esa tarde Lizzy lo pasó de muerte con sus amigos e intentó olvidarse de su encorsetado
propietario de hotel, aunque no lo consiguió. Aquel hombre tenía un magnetismo especial y fue
incapaz de quitárselo de la cabeza. Se fueron a tapear por la plaza Mayor y, al final de la tarde,
decidieron aparcar el cine e irse a tomar unas cervecitas a un local de unos colegas.
A la mañana siguiente, cuando Lizzy llegó al hotel, coincidió con él en el ascensor. ¿Por qué se lo