Page 62 - Un café con sal
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Un «¡ohhhh!» general se oyó de nuevo en el restaurante. Todos los comensales, los camareros, su
jefe y hasta los cocineros, que habían salido de las cocinas, los observaban, mientras Triana,
emocionada, sonreía. Si Lizzy le decía que no a aquel hombre, estaba loca de atar.
—Sé que presentarme así es una locura. Incluso sé que lo de la boda es otra insensatez —agregó
él—. Pero un mes sin verte me ha bastado para saber que no quiero vivir sin ti. Si no quieres vivir en
Londres porque estarás alejada de tus padres o tus amigos, ¡vivamos en Madrid! Estoy abierto a todos
los cambios que quieras proponer y…
—Cierra la boca, William.
—Willy —corrigió él.
—Para de una vez —gimió ella.
—No, cariño. Lo he pensado y no voy a parar.
—Pero… William…
—Willy —insistió y, abriendo los brazos, murmuró—: Tú me has enseñado a ser más
extrovertido, más abierto y franco. Me has hecho ver la vida desde otro prisma y, ahora, no sé qué
hacer sin ti.
Lizzy tembló. Esas palabras le estaban afectando más de lo que nunca pensó. Luego le oyó decir:
—Me has enseñado a sentir, a apreciar, a percibir la vida de otra manera y ahora necesito seguir
lo que mi corazón quiere. Y lo que él quiere y yo quiero eres tú. Sólo tú.
Oír aquello conmovió a Lizzy.
Buscó apoyo moral en su amiga Triana, que, a pocos pasos de ellos, enternecida, se tapaba la
boca con una servilleta mientras grandes lagrimones corrían por su cara. Aquel loco, desatado,
imprevisible y maravilloso amor era lo que ella siempre había buscado y de pronto Lizzy lo tenía
frente a ella; sin poder evitarlo, se emocionó.
Aquellas lágrimas tan significativas a William le dieron valor para acercarse a ella y lenta, muy
lentamente, le pasó una mano por la cintura, hizo que lo mirara a los ojos y dijo:
—Ahora que has conseguido que te diga las cosas que nunca pensé decir delante de tantas
personas y que sabes que te quiero con locura, ¿qué tal si me dices que tú también me has echado de
menos?
Lizzy cerró los ojos. Aquello era una locura, pero… ¡viva la locura! Tras tomar aire y saber que
ella sentía exactamente lo mismo que él y que ante eso nada se podía hacer, abrió los ojos y, segura
de lo que iba a decir, murmuró sonriendo:
—Te he echado de menos, William.
Aquellas simples palabras le hicieron saber a él que por fin todo estaba bien y suspiró mientras
corregía:
—Willy, cariño. Willy para ti.
Volvía a tener a la mujer que amaba a su lado y, acercando sus labios a los de ella, la besó, sin
importarle las docenas de ojos emocionados que los observaban, ni los aplausos que se oyeron tras
aquel candoroso y romántico beso.
Un vez que sus bocas se separaron, Lizzy, sin comprender todavía lo que había ocurrido, fue a
hablar cuando él la cogió entre sus brazos y, entre vítores, la sacó del restaurante.
—William, suéltame.
—Willy —murmuró él.
—Tengo que trabajar. —Ella rio.