Page 58 - Un café con sal
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Sus respiraciones ante su cercanía se aceleraron. Se miraron y entonces ocurrió lo que llevaban
  días anhelando cada uno de ellos en la distancia, y el beso llegó.

      En  la  quietud  de  la  habitación  y  durante  unos  segundos,  disfrutaron  del  manjar  prohibido  que
  tanto los atraía. Sus lenguas chocaron como dos trenes de alta velocidad y el vello del cuerpo se les
  erizó, deseosos de algo más.
      La pasión, la locura y el frenesí les pedían que continuaran, y William, aprisionándola contra el
  armario, paseó sus manos por su cuerpo dispuesto a no parar. Lizzy, gozosa del momento, ahondó en

  su beso, pero de pronto una puerta se cerró y los trajo de vuelta a la realidad y, como si se quemaran,
  se separaron.
      —Elizabeth…

      La joven le tapó la boca con una mano. Le prohibió hablar y, cuando los pasos del exterior se
  alejaron, William continuó:
      —Mi exmujer hizo una locura al enterarse de que estuve con Adriana estando con ella y…
      —¡No me interesa! —lo cortó.
      —Escúchame.

      —¡No!… No quiero hacerlo. No me interesa saber ni de ti, ni de tu ex, ni de tu amante.
      —Elizabeth… —Suspiró con gesto cansado.
      Enrabietada por todo, ésta lo miró y siseó:

      —¡No soy nadie importante! ¿Acaso lo has olvidado?
      William maldijo. Ella jamás le perdonaría aquel desafortunado comentario.
      —Si  dije  eso  fue  para  no  inmiscuirte  en  el  problema  —aclaró—.  Si  Adriana  te  relacionaba
  conmigo o el hotel, se lo diría a su padre, que es consejero, y te ocasionaría problemas sin estar yo
  aquí.

      —¿Y qué? ¿Acaso puede hacerme algo peor que despedirme?
      Desesperado, William intentó acercarse pero ella siseó:
      —No te acerques o juro que vas a conocer a Lizzy la Loca.

      Convencido de que era capaz de lo que decía, se paró e insistió:
      —Escúchame, cielo…
      —¡No  soy  tu  cielo!  Sólo  soy  la  simple  y  joven  camarera  que  no  cree  en  cuentos  de  hadas  ni
  princesas, con la que lo has pasado muy bien durante tu estancia en Madrid —musitó entre dientes. No
  podía gritar o todo el hotel se enteraría. Furiosa, susurró—: Has tenido muchos días para ponerte en

  contacto conmigo y darme esa explicación que ahora pretendes ofrecerme, pero te ha dado igual. No
  has pensado en mis sentimientos. No has pensado en cómo podía estar. Sólo has pensado en ti, en ti y
  en ti, y ahora no quiero saber nada. ¿Entendido? Ahora sólo quiero que te vayas, que me dejes en paz

  y que te olvides de mí.
      Pero William, deseoso de ser sincero, intentó hablar con ella; Lizzy, finalmente, tras soltarle un
  derechazo que lo hizo retroceder, dijo con los ojos llenos de lágrimas:
      —Aléjate de mí y déjame continuar con mi vida.
      Sin  mirar  atrás  y  rabiosa,  salió  de  la  habitación  dejando  a  William  totalmente  bloqueado  y

  noqueado. ¿Cómo lo podía haber hecho tan mal?
      Roja como un tomate maduro, la joven llegó hasta el carro donde llevaba las bandejas que había
  ido recogiendo de las habitaciones y, sin mirar atrás, se alejó. No quería verlo.

      Pero dos horas después, semiescondida tras las cortinas del restaurante, observó con el corazón
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