Page 54 - Un café con sal
P. 54

hizo suya, demostrándole cuánto la deseaba y recordándole que Adriana no era nada para él.
      Una vez que hubieron acabado, cuando la soltó en el suelo y ella se puso las bragas, William la

  miró y, cogiéndola de una mano para que lo mirara, dijo:
      —Esta noche tengo un compromiso para cenar y no sé a qué hora acabará.
      —¿Con Adriana?
      Como no quería mentirle, asintió.
      —Ella trabaja para mi grupo empresarial y, aunque la cena nada tiene que ver con la empresa, es

  importante. —Al ver su gesto de desconfianza, añadió—: Es un tema que he de tratar con ella, con mi
  padre y otras personas. No desconfíes de mí. Pero mañana por la noche tú y yo tenemos una cita en
  mi casa y en mi cama. ¿Entendido?

      Al final ella sonrió y William, al verla así, murmuró:
      —Sonríe,  Elizabeth.  Estás  preciosa  cuando  lo  haces.  Y,  por  favor,  no  te  vayas  del  restaurante
  cuando yo esté; al menos, mientras estoy allí, te puedo sentir cerca.
      Cinco  minutos  después,  tras  varios  besos  y  algo  más  sosegados,  abandonaban  el  despacho,
  retomaban sus trabajos y deseaban que llegara la noche siguiente para estar juntos.





  Al día siguiente, cuando Lizzy llegó a trabajar, se sorprendió al no ver a William allí, pero se alegró

  cuando apareció un par de horas después. Esta vez iba vestido con su inseparable traje oscuro y su
  corbata. Su aspecto era serio. Demasiado serio y, cuando la miró, no esbozó ni una tímida sonrisa, y
  eso la mosqueó.
      ¿Qué había ocurrido?
      Durante el día no lo vio. Estuvo reunido en su despacho y no bajó a comer ni pidió que nadie le

  subiera nada. A Lizzy los nervios la comenzaron a atenazar. ¿Y si había ocurrido algo con Adriana?
      Cuando su turno de trabajo terminó, mientras caminaba hacia su coche recibió un mensaje: «A las
  ocho en mi casa».

      Como un reloj, a las ocho de la noche ella llamaba al portero automático y luego entraba en la
  cara  finca  de  la  calle  Serrano.  Al  salir  del  ascensor,  William  la  estaba  esperando.  Sólo  vestía  un
  vaquero de cintura baja y no llevaba nada en el torso.
      «Qué sexy», pensó Lizzy mientras él la besaba.
      Al entrar, Lizzy se sorprendió al oír música… y sonrió al reconocer que se trataba del cedé que

  ella le había regalado en Toledo. Eso le gustó. Y se sorprendió aún más al ver una preciosa mesa para
  dos preparada en el salón, iluminado por una vela.
      —Pensé que te gustaría cenar conmigo aquí.

      Encantada, asintió. Nada le apetecía más que aquella intimidad.
      —Desnúdate —le pidió él.
      Sorprendida por aquello, lo miró y él aclaró:
      —Cenaremos desnudos. No quiero privarme de nada el rato que estemos juntos.
      Al ver su ceño fruncido, ella se acercó y preguntó:

      —¿Has tenido un mal día?
      William asintió.
      —Sí. Pero sé que tú y tu sonrisa lo van a mejorar.

      Abrazándolo por aquel bonito cumplido, Lizzy sonrió y cuchicheó:
   49   50   51   52   53   54   55   56   57   58   59