Page 52 - Un café con sal
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William soltó una risotada y, besándola sin impedimentos, murmuró:
—Tranquila, cariño… Sólo tengo ojos para ti.
Ella sonrió. Por primera vez la había llamado «¡cariño!», y eso le gustó. Le encantó.
Aquella noche, tras un maravilloso día en Toledo, cuando regresaron a Madrid William propuso
ir a cenar a algún restaurante, pero Lizzy se negó. Pedirían unas pizzas por teléfono. Ya estaba
cansada de que todas las mujeres lo mirasen y necesitaba sentir su posesión.
Como era de esperar y ella deseaba, en cuanto se desnudaron el William dominante y exigente
resurgió y, cuando le abrió las piernas a su antojo para hacerla suya, Lizzy no se resistió y lo
disfrutó.
Tras un buen maratón de sexo en el que jugaron hasta saciarse, a las tres de la madrugada,
William, con pesar, la llevó hasta su casa. La despidió en el portal con un beso y quedó en verla al día
siguiente en el hotel.
Por la mañana, cuando Lizzy llegó a su puesto de trabajo, encontró a sus compañeras revolucionadas.
¿Qué les ocurría?
Poco después supo el porqué.
Todas estaban entusiasmadas por el cambio físico que el hijo del dueño del hotel había dado. Sin
duda, aquel William actualizado llamaba escandalosamente la atención y las volvía locas.
Durante horas oyó a sus compañeras hablar de él, mientras Triana la miraba y le sonreía. ¡Si ellas
supieran!
Sin decir nada, las oía suspirar y se mordía el labio cuando alguna insinuaba que se haría la
encontradiza con él en los pasillos.
A media mañana no pudo más y, cogiendo una bandeja con café y una taza, subió a su despacho.
Cuando la secretaria la vio aparecer, sonrió y le indicó que podía pasar. Golpeó con los nudillos
en la puerta y abrió. Cuando él la vio entrar sonrió.
—¿A qué se debe esta agradable sorpresa? —le preguntó mientras se levantaba.
Lizzy, al verlo vestido con aquellos vaqueros y una simple camisa negra, entendió el motivo de la
revolución y suspiró. Mientas dejaba la fuente sobre la mesa, murmuró para que la secretaria no los
oyera:
—Si me entero de que miras a otra compañera con ojitos o que…
Pero no pudo decir más. William se acercó a ella y la besó hasta dejarla sin resuello; al acabar el
beso, susurró:
—Te dije que sólo tengo ojos para ti; ¿lo has olvidado, cariño?
Feliz por aquella aclaración, lo besó hasta que un ruido los alertó y se separaron inmediatamente.
Un par de segundos después, se abrió la puerta del despacho y entró Adriana en él, junto al padre
de William. Aquella despampanante mujer, sin reparar en Lizzy, lo miró y preguntó:
—Pero, William, mi amor, ¿eres tú?
Oír que lo llamaba de aquella manera a Lizzy le revolvió el estómago y, sin poder evitarlo, vio
cómo la ex se acercaba hasta él y, poniéndole los brazos alrededor del cuello, murmuraba:
—Si ya eras atractivo, ahora estás terriblemente tentador y seductor.
«Te arrancaría los brazos y después la lengua, so perra», pensó Lizzy justo antes de oír al señor
Scoth decir: