Page 47 - Un café con sal
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Capítulo 6
El domingo, cuando se despertó en su cama, lo primero que hizo Lizzy fue mirar si tenía alguna
llamada de él. Pero no. No la tenía.
Lo llamó, pero no se lo cogió.
Le envío varios mensajes, pero él no respondió.
Sin duda, tras pasar por su cama, ya no la buscaba como antes de hacerlo.
Por la tarde recibió una llamada de su amigo Pedro el Chato, y para poder hablar con él
abiertamente, se metió en su habitación y entre susurros fue respondiendo a todas sus preguntas.
—Increíble, Chato, ¡increíble! Nunca nadie me ha hecho disfrutar tanto del sexo como él. Willy es
tan… tan… joder, ¡es la leche!
Pedro y Lizzy solían hablar de sexo con total naturalidad. No con todos los amigos podía hablar
de aquello, pero con Pedro, por alguna extraña razón, así era. Éste le preguntó:
—Joder, Lizzy, pero ¿qué te ha hecho ese tío?
Lizzy, al recordarlo, suspiró encantada y siseó:
—Todo lo que te puedas imaginar adornado con placer, ternura, morbo, deleite, sabiduría y
locura. Pero…
—¿Pero?
—Siempre hay un pero —susurró—. Creo que su interés por mí, tras lo ocurrido anoche, se ha
acabado. Lo he llamado varias veces y no me lo coge. Le mando mensajes y no me contesta. Sin duda,
consiguió su propósito y ya pasa de mí.
—¡No jodas!
—No… justamente en este momento eso no hago —se mofó Lizzy a pesar del malestar que le
rondaba por el cuerpo al intuir que él ya no querría saber más de ella.
Media hora después, cuando la conversación se acabó y Lizzy se despidió y colgó, sintió un gran
vacío. Quería hablar con él. Necesitaba escuchar su voz y eso la jorobó. ¿Por qué se colgaba de él
sabiendo lo que imaginaba? Pensó en llamarlo, pero no. Nunca se había arrastrado ante un tío, y no
pensaba hacerlo ante éste precisamente, por lo mucho que le gustaba y por quién era. No lo haría. Si
él daba el tema por finiquitado tras la cama, debería aceptarlo y no protestar. Al fin y al cabo, ella ya
sabía que aquello no llegaría a ninguna parte.
El lunes, cuando llegó a trabajar, él no estaba esperándola donde siempre. Eso le hizo saber que
lo que pensaba era verdad. Él ya no quería ni verla. Se lo comentó a Triana y ésta se apenó por ella.
Triana aún creía en los cuentos de princesas. Lo mejor era continuar con su trabajo y olvidarse de
todo. Definitivamente aquélla era la mejor opción.
Pero cuando lo vio entrar en el restaurante del hotel, sin poder remediarlo y armándose de valor,
llenó una taza de café, le echó azúcar y, cuando vio que se sentaba a una de las mesas junto a las
grandes cristaleras, se plantó ante él y cuchicheó al ver que nadie los podía oír:
—Espero que lo pasara tan bien como yo, señor. Y tranquilo, ya capté el mensaje. No seré una
molestia para usted.
Él la miró. William, que durante el domingo había hecho esfuerzos sobrehumanos para no
llamarla a pesar de haber leídos sus mensajes, dijo:
—¿Qué mensaje has captado?
Mirándolo con cierto recelo, afirmó: