Page 51 - Un café con sal
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ella llevaba razón, preguntó:
—¿Hay tiendas de ropa en Toledo?
Asintió encantada y, mientras tiraba de él, propuso:
—Vamos. Déjame aconsejarte y te aseguro que vas a estar guapísimo.
—Miedo me das —se mofó divertido.
Llegaron hasta la zona más comercial de la ciudad cogidos de la mano. Allí entraron en varias
tiendas, y William, por darle el gusto, se probó mil vaqueros. Se negó a comprarse unos que se
llevaban caídos. ¡Por ahí no pensaba pasar! Era un señor.
Finalmente cambió el traje oscuro que llevaba por unos vaqueros Leviʼs que le sentaban de
maravilla, una camiseta básica gris y unas zapatillas de deporte del tono de la camiseta.
Satisfecha por el cambio que había dado, ambos se contemplaron en el espejo y él preguntó:
—¿No voy haciendo el ridículo con esto?
El dependiente, al oírlo, sonrió y respondió por ella:
—Le sienta muy bien esta ropa, joven. Ya les gustaría a muchos tener su percha.
Sorprendido porque el dependiente hubiera respondido, y en especial porque le hubiera llamado
«joven» en vez de «señor», William miró a Lizzy y ésta, encantada, afirmó:
—Lo dicho, «joven», ¡estás guapísimo!
Con el traje, la camisa, la corbata y los zapatos metidos en una bolsa, y otros vaqueros y un par de
camisas en otra, salieron de la tienda de la mano y, al pasar por una peluquería, Lizzy expuso:
—¿Me permites sugerirte el último cambio?
William suspiró y ella cuchicheó:
—Dime que sí… Dime que sí, por favor.
William la miró y preguntó:
—¿Por qué no puedo decirte que no a nada? ¿Por qué me dominas así?
Ella sonrió y, mimosa, respondió consciente de lo que decía:
—Porque tú me dominas en la cama.
Al oír aquello, él sonrió con picardía y, contento con todo lo que estaba pasando, murmuró:
—De acuerdo… Entraremos en la peluquería. Pero a cambio, además de dominarte en la cama, a
partir de este momento y hasta que regreses a tu casa, sólo fumarás tres cigarrillos, ¿aceptas?
—¿Sólo tres?
—Sólo tres. Fumar no es bueno para la salud —afirmó convencido.
—Otro como mi madre. ¡Qué cruz!
Tras soltar sendas carcajadas, encantada lo empujó dentro de la peluquería. Habló con el
peluquero sobre lo que quería para él y, una vez hubo acabado y éste se miró en el espejo, con gesto
incrédulo murmuró:
—Cuando me vea el señor Banks, le dará algo.
—¿Quién es el señor Banks?
—El barbero de toda la vida de mi familia —respondió William, mirando su corto pelo sin rastro
de gomina.
Pero Lizzy estaba feliz. Aquel que tenía ante ella era un William moderno y actual. Estaba
impresionante y pronto él mismo lo comprobó, pues, al salir a la calle, todas las jovencitas que se
cruzaban con él lo miraban.
—Me estoy empezando a arrepentir de los cambios —comentó Lizzy.