Page 53 - Un café con sal
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—William, ¿qué haces vestido así?
      Sin querer permanecer un segundo más allí, la joven intervino:

      —Si no desea nada más, señor, regresaré a mi trabajo.
      Sin mirar atrás, salió de la habitación todo lo rápido que pudo, sin saber que William la había
  mirado deseoso de que no se marchara.
      A la hora de la comida, mientras servía en el restaurante, vio a la imbécil de Adriana llegar del
  brazo de William, junto a los padres de ambos. Lizzy los miró. Y por el gesto de William supo que

  éste estaba bastante molesto. Es más, parecía enfadado.
      Los cuatro se sentaron a una mesa y Lizzy, acercándose a su compañera Triana, le pidió que le
  cambiara  la  zona  de  servir.  No  quería  verlos  ni  atenderlos.  Sólo  quería  desaparecer.  Triana,  al

  entender lo que ocurría, asintió y fue a servirles.
      Cuando  Lizzy  huyó  del  comedor,  rápidamente  salió  a  la  terraza  trasera  y  se  encendió  un
  cigarrillo. Lo necesitaba. Saber que aquella mujer tan sobona y estúpida había estado todo el día con
  él le provocó un ataque de celos tremendo; en ese momento, su teléfono sonó. Había recibido un
  mensaje.

      «¿Dónde estás?».
      Era él; molesta, respondió: «Fumando».
      En  el  comedor,  mientras  oía  hablar  a  su  padre  y  a  aquellos  dos,  William  miró  su  móvil  y

  rápidamente contestó: «No me gusta que fumes. ¿Dónde estás?».
      Lizzy, sin querer decirle dónde se hallaba, estaba pensando qué responder cuando recibió otro
  mensaje que decía: «Si no me lo dices, le diré a Triana que te busque y te traiga ante nosotros».
      Al leer aquello, la joven blasfemó y contestó: «Si haces eso, no me volverás a ver en tu vida».
      Incómodo por no poder hablar con ella, William finalmente se disculpó y, tras decirle algo a

  Triana, mientras caminaba hacia su despacho escribió: «Te quiero en mi despacho en tres minutos o
  yo mismo te iré a buscar».
      Lizzy miró hacia los lados. ¿Se había vuelto loco? Sin moverse, continuó fumando; recibió otro

  mensaje que ponía: «No hagas que mi yo más maligno salga. Ven al despacho ¡ya!».
      En ese instante apareció Triana, que la miró angustiada, y Lizzy dijo:
      —Vale… vale… ¡Iré!
      Una vez hubo apagado el cigarrillo, salió por la parte trasera de la cocina y subió hasta la planta
  donde  estaban  los  despachos.  Al  ver  que  la  secretaria  no  se  encontraba  en  su  puesto,  entró

  directamente. Allí se topó con un ofuscado William que, al verla, caminó directamente hacia ella, la
  cogió del brazo, la llevó tras una librería y, aplastándola con su cuerpo, siseó:
      —Hueles a tabaco.

      Con una sonrisa que a él lo bloqueo, ella susurró:
      —Oh…, fíjate, ¿será porque he fumado?
      William, con gesto serio, la miró y finalmente, dulcificando el rostro, dijo:
      —No vuelvas a desaparecer así.
      Dispuesta a contestarle, algo que seguramente lo enfadaría más, fue a hablar cuando él la cogió

  entre sus brazos y la besó. La aprisionó contra la librería y, haciéndole sentir su deseo, murmuró a la
  vez que ella protestaba al notar que le subía la falda del uniforme:
      —Mi secretaria no está…

      No hizo falta decir más. Las bragas de Lizzy volaron segundos después y, contra la librería, él la
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