Page 50 - Un café con sal
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William, con una sonrisa, asintió con la cabeza y, cuando se alejaron de ella, Lizzy le entregó el
  cedé y le dijo:

      —Toma. Para que cuando estés en Londres te acuerdes de mí.
      Aquel detalle a William le tocó el corazón. Ella, al igual que él, pensaba en su marcha, en que
  pronto se tendrían que separar, pero no decía nada. Aquello era algo que debía solucionar. Pero no
  sabía cómo. No resultaba fácil.
      Encantado con aquel gesto, cogió el cedé que ella le tendía y, tras besarla en la boca, murmuró

  emocionado:
      —Gracias, cielo.
      Aquella demostración de afecto la hizo sonreír y se mofó.

      —Ohhh,  Diossss.  ¡Qué  fuerteeeeeeeeeeeeee!  Te  estoy  echando  a  perder.  ¡Me  has  besado  en  la
  calle! ¡Qué escándalo!
      El comentario hizo reír a William.
      —Bésame otra vez. Lo necesito —exigió cogiéndola entre sus brazos.
      Lo hizo entusiasmada y, cuando separó su boca de la de él, lo despeinó y soltó:

      —Me gustas mucho. Quizá demasiado, Willy.
      Ambos  se  miraron  a  los  ojos  y  Lizzy,  consciente  de  lo  que  había  dicho,  para  romper  aquel
  momento de ñoñería pura y dura, preguntó:

      —¿No te aburre ir siempre vestido con traje?
      Él se encogió de hombros.
      —Siempre visto igual. ¿Por qué me iba a aburrir?
      —¿Pero no tienes unos míseros vaqueros y una camiseta básica?
      William sonrió.

      —La verdad es que no. Dejé de utilizar tejanos el día que comencé a trabajar de ejecutivo y…
      —¿Sabes? —lo cortó—. Me encantaría verte con unos vaqueros, unas zapatillas de deporte y una
  camiseta. Debes de estar guapísimo.

      —No es mi estilo. —Luego, la observó y preguntó—: ¿No te gusta cómo visto?
      Sin ganas de polemizar, ella sonrió y aclaró:
      —Vamos a ver cómo te digo esto sin que te lo tomes a mal. Estás guapo con los trajes, pero
  pareces siempre un señor serio, respetable y ejecutivo. Con el cuerpo que tienes, estoy segura de que
  unos tejanos con una camiseta o camisa te tienen que quedar de lujo. Es más, seguro que te quitas

  años de encima.
      Sorprendido por aquello, planteó:
      —¿Me estás llamando viejo?

      Ella se carcajeó y explicó:
      —No. No te llamo viejo. Pero hasta la cantante te ha llamado «señor» y sólo tienes treinta y seis
  años.
      —Es que soy un señor —afirmó.
      Lizzy puso los ojos en blanco y, dispuesta a hacerse entender, insistió:

      —Lo eres. Claro que lo eres, pero sólo digo que podrías actualizarte un poco en lo que al vestir
  se refiere. No tienes por qué ir todos los días con traje y menos un día como hoy, en el que no has
  tenido que trabajar.

      Al ver su cara de pilluela, él sonrió. No era la primera vez que se lo decían y, consciente de que
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