Page 46 - Un café con sal
P. 46
Al hacerlo, ella asintió; él tenía razón y siseó:
—Es verdad, te pido disculpas.
Sin ganas de polemizar por aquello, finalmente él sonrió y, hundiendo la nariz en su pelo, dijo:
—Me gusta dominar en la cama, cielo, y luego querré atarte las muñecas y los tobillos para
hacerte mía y sentirte vibrar bajo mi cuerpo. ¿Te agrada la idea?
Escuchar lo que proponía y cómo lo decía la puso a mil por hora y asintió. William sonrió y, al
ver en ella una buena compañera de juegos, la besó, la cogió en brazos y murmuró:
—Vayamos a la ducha…
Allí, bajo el agua, ella se sació de su pene hasta que William la arrinconó contra las baldosas y de
nuevo le hizo el amor con posesión y deleite. Eran dos animales sexuales y lo sabían. Lo
comprobaron y lo disfrutaron.
Así estuvieron durante horas. No hubo una sola parte de sus cuerpos que no se besaran, que no se
poseyeran, que no gozaran, hasta que a las seis de la mañana, agotados, se durmieron uno en brazos
del otro.
A las siete y media, Lizzy se despertó sobresaltada. ¿Cómo se había podido quedar dormida?
Al mirar la hora, suspiró. Sus padres seguro que ya se habrían levantado y la estarían esperando
preocupados en la cocina. Si hubiera sabido que iba a pasar la noche fuera, los habría avisado y todos
hubieran estado tan contentos.
Sin muchas ganas, se levantó con cuidado de no despertarlo y buscó su ropa. Una vez vestida, lo
miró. ¿Querría volver a estar con ella o con aquel encuentro ya se daba la relación por terminada?
Le hubiese encantado darle un beso de despedida, pero sabía que, si lo hacía, lo despertaría, así
que se dio la vuelta, tras una increíble noche, y se marchó. Debía regresar a su casa o su madre
comenzaría a llamar a todos los hospitales, buscándola.