Page 43 - Un café con sal
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al sexo, sonrió y, dejándose de remilgos, la miró desde su altura y murmuró mientras agarraba la
  corbata que ella tenía atada en la cintura:

      —Ven aquí.
      Se acercó mimosa y, cuando William la cogió del trasero y se lo apretó, ella hiperventiló al oírle
  decir mientras le chupaba el lóbulo de la oreja:
      —Tienes veinticuatro años y yo treinta y seis, pero el influjo que ejerces sobre mí es increíble.
  Tú, con tu corta edad, has derribado mis defensas para volverme loco como nunca antes una mujer lo

  había conseguido. —Ella sonrió y, excitado, murmuró—: Llegados a este momento en el que ambos
  deseamos continuar, he de decirte que en temas de sexo soy muy impulsivo, ardiente y apasionado, y
  no el hombre reservado que conoces. ¿Entiendes lo que digo?

      Excitada por sus palabras y por lo que a través de ellas podía intuir, lo miró y, sin querer entender
  a qué se refería, negó con la cabeza; él añadió:
      —Hablo de que me gusta disfrutar al máximo del sexo. Hablo de que no habrá barreras para que
  tú y yo alcancemos el máximo disfrute. Hablo de que te haré gozar de mil y una maneras, pero a
  cambio espero que tú también me hagas disfrutar a mí.

      Casi sin respiración, asintió y se percató de que por primera vez en su vida iba a estar con un
  hombre. William, con gesto serio y morboso, la miró. Le cogió la mano y, metiéndola junto a la de él
  en el interior de sus bragas, murmuró lentamente mientras la tocaba y la incitaba a tocarse:

      —Soy exigente y muy posesivo con lo que deseo.
      Una vez dicho esto, hizo que ella misma se introdujera un dedo en su húmeda cavidad. La incitó a
  masturbarse ante él y, cuando el rostro de Lizzy estuvo rojo de pudor, le pidió que se sacara el dedo
  y, mirándola a los ojos, lo chupó y, una vez se hubo relamido, siseó:
      —Me moría de deseo por saborearte.

      Hechizada y encendida por aquel acto y por el poder que de pronto él parecía tener sobre ella sin
  apenas moverse, notó cómo él, aún vestido, le bajaba las bragas. Una vez se las hubo quitado, la miró
  a los ojos mientras su mano paseaba ahora por su húmeda vagina con total tranquilidad.

      —En mi vida diaria puedo ser un anodino y aburrido hombre de negocios que pasa desapercibido
  —murmuró con voz ronca—. Pero en el sexo, el disfrute y el placer, te aseguro que soy todo lo
  contrario. Pero no temas, Lizzy la Loca, nunca haré nada que tú previamente no me hayas autorizado.
  No me excita el dolor. Me excita la complacencia, el morbo y el deleite. ¿Tú deseas eso también?
      Agitada por lo que escuchaba y por lo que le hacía sentir, Lizzy abrió la boca y se la ofreció junto

  al resto de su cuerpo. William, sin dudarlo, aceptó aquel ofrecimiento tan lleno de deseo.
      En  el  silencio  de  la  casa,  la  besó  con  gusto  mientras  las  impacientes  manos  de  ella  le
  desabotonaban la camisa; ésta cayó al suelo y, posteriormente, le desabrochó y quitó los pantalones y

  los calzoncillos.
      Cuando quedó desnudo ante ella, William, con una cautivadora sonrisa, la miró y le preguntó tal
  como había hecho ella anteriormente:
      —¿Te gusta lo que ves?
      Aquella chulería, tan poco propia de él, la hizo sonreír, y más cuando le oyó decir mientras ella le

  agarraba el pene con seguridad para tocárselo:
      —Te haré gritar mi nombre de placer, Elizabeth.
      Con la boca seca por el deseo, cuando tocó aquel enorme miembro, erecto y listo para ella, jadeó

  y supo que gritaría su nombre a los cuatro vientos.
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