Page 42 - Un café con sal
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—Adelante. Estás en tu casa.
      Con inseguridad, ella entró. Tanto lujo la apabullaba. Una vez dentro, William cerró la puerta del

  apartamento y encendió las luces. Al iluminarse la estancia, Lizzy suspiró. La entrada de aquella casa
  era enorme.
      —Ven conmigo —pidió él cogiéndole la mano de nuevo. La condujo hasta un amplio salón de
  suelos  de  madera  oscura.  Una  vez  allí  la  soltó  y  se  dirigió  hacia  un  mueble  bar—.  ¿Qué  quieres
  beber?

      —Lo mismo que tú —respondió con la boca seca.
      William sonrió. Se preparó un whisky para él y a ella le sirvió una Coca-Cola. Sin duda Lizzy
  agradecería  más  aquella  bebida.  Mientras  ella  miraba  con  curiosidad  todo  a  su  alrededor,  él  la

  observaba con disimulo.
      Aquel lugar era impresionante y, aunque la decoración no resultaba totalmente de su agrado, no le
  cupo duda de que aquellos muebles eran antigüedades.
      Se acercó hasta ella y le entregó el vaso con el oscuro líquido chispeante.
      —¿Estás asustada? —preguntó mirándola con profundidad a los ojos al verla tan callada. Ella

  negó con la cabeza, asombrada por la pregunta—. Te hubiera hecho el amor el día en que te vi en el
  Starbucks. Te hubiera hecho el amor en mi despacho. Te hubiera hecho el amor sobre una de las
  mesas del restaurante. Te hubiera hecho el amor en el ascensor. Te…

      Ella no lo dejó continuar. Le puso un dedo en los labios y murmuró:
      —No hables más y házmelo.
      Encantado  con  aquella  invitación,  William  la  acercó  a  su  cuerpo  y  la  besó  con  tal  ardor,
  exaltación y fogosidad que esta vez Lizzy sí que se asustó y dejó el vaso que tenía en la mano sobre
  una mesita.

      William, consumido por la excitación, tomó con mimo y delirio aquellos deseados labios, esa
  boca que lo llevaba volviendo loco durante demasiadas noches y lo disfrutó. La devoró con ansia,
  con ambición, con propiedad, mientras sentía cómo ella le quitaba la americana y, cuando ésta cayó

  al suelo, ella murmuró:
      —Ni se te ocurra agacharte a recogerla.
      Oírle  decir  aquello  le  hizo  sonreír  y,  apretando  sus  manos  en  aquel  duro  y  redondo  trasero,
  musitó:
      —Sólo me interesa darte placer, Lizzy la Loca.

      Encantada por aquella respuesta, sonrió y, tras desabrocharse los botones del vestido vaquero que
  llevaba, lo dejó caer ante él, quedando vestida sólo con las bragas, el sujetador y las botas militares.
  Instantes después, el sujetador también cayó.

      —Eres preciosa.
      Ella sonrió y con delicadeza le quitó la corbata, se la ató a su cintura y cuchicheó:
      —Quizá la use para atarte mientras te hago el amor.
      Enloquecido por lo que proponía, William suspiró y Lizzy sintió que se derretía.
      —¿Te gusta lo que ves? —preguntó sin dejar de mirarlo mientras se desabrochaba el sujetador y

  lo dejaba caer.
      La recorrió con una mirada morbosa y plagada de lujuria, y afirmó mirando sus erectos pezones:
      —Mucho.

      Acalorado por el descaro que aquella joven de veinticuatro años le mostraba en todo lo referente
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