Page 37 - Un café con sal
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romántico al asunto, afirmó:
—Los polos opuestos se atraen y… no he conocido en mi vida unos polos más opuestos que
vosotros, ¡pero es todo tan novelesco!
Lizzy, al oírla, finalmente soltó una carcajada. Triana no tenía remedio. Asiendo el brazo de su
amiga, indicó:
—Anda, romántica empedernida. Comencemos a trabajar antes de que digas más tonterías.
Esa tarde, cuando por fin terminó su turno y salió del hotel sin mirar atrás, se encaminó hacia
Paco, su coche. No había visto a William el resto del día y su humor se agrió más al imaginarlo con
la idiota de Adriana.
Casi había llegado a su vehículo cuando sonó su teléfono. Al mirarlo vio que se trataba de
William. ¿Debía contestar o no? Se moría por hablar con él, pero… pero… Al final, tras mucho
dudarlo y con el teléfono sin parar de sonar, se apoyó en su coche y contestó.
—Dime.
—¿Sigues enfadada?
¿Enfadada? Pero ¿él no estaba también cabreado?
Después de un tenso silencio, dejó el bolso sobre el capó para poder moverse con facilidad y
respondió intentando medir sus palabras.
—Si mal no recuerdo, tú también estabas muy molesto. —Y, sin poder remediarlo, añadió
gesticulando—: Aunque, cuando te has ido con tu amiguita, parecías muy contento.
Él, que la observaba desde el gran ventanal de su despacho, al ver cómo se movía y gesticulaba
sonrió y respondió:
—Te aseguro que hubiera estado más contento si hubiera estado contigo.
Saber que había estado con ella le repateó, así que murmuró:
—Mira, Willy…
—William.
—No estoy enfadada, pero lo puedo estar en un pispás. ¿Qué quieres?
Apoyado en el ventanal como un adolescente, propuso:
—¿Cenas conmigo esta noche y lo aclaramos todo?
A pesar de que era lo que más le apetecía, negó con la cabeza. No. No iría. Ella tenía planes y
planes muy importantes y, además, él no podía llamar y ella perder el culo, por lo que respondió:
—Lo siento, pero no. Sabes que he quedado con mis amigos.
—Llámalos y diles que no puedes ir.
Con gesto pícaro, torció el cuello y negó.
—Pues va a ser que no.
Molesto de nuevo por aquella negativa, William dio un manotazo a la pared e insistió:
—Tengo ganas de estar contigo, de besarte y aclarar lo ocurrido.
Un suspiro escapó de los labios de Lizzy. Aquella caballerosidad y romanticismo al hablar tan
poco habitual en sus ligues podía con ella y, tras retirarse el flequillo de la cara, respondió consciente
de que no debía dejarse convencer:
—Por nada del mundo me perdería el concierto de la Oreja de Van Gogh. Mis amigos y yo
ganamos esas entradas en un concurso de radio hace unos meses y sólo unos pocos privilegiados
vamos a disfrutarlo. Por lo tanto, ¡no! No voy a quedar contigo.
Enfadado por no poder exigirle nada a aquella joven, ni tampoco convencerla, se retiró de la