Page 32 - Un café con sal
P. 32
Boquiabierto, la miró y preguntó:
—¿Eso quiere decir que te has quedado con hambre? —Lizzy asintió—. ¿Y qué comerías ahora?
—añadió divertido.
Avergonzada por su aplastante sinceridad, resopló.
—Pues, aunque me consideres una tragona, te diría que una hamburguesa, un pincho de tortilla,
unas empanadillas… No sé. Algo con consistencia. A mí, tanta espumita y cosas así, no me llenan.
Sin demora, William pidió la cuenta y, una vez que los dos estuvieron fuera del bonito
restaurante, dijo:
—Vayamos a saciar tu apetito. ¿Dónde quieres ir?
Encantada por ello, la joven lo cogió de la mano y entraron en un bar que había dos calles más
abajo. Allí, entre risas, Lizzy pidió una ración de calamares y una de patatas bravas y, cuando acabó,
murmuró:
—Esto es comer y lo demás son tonterías.
Contento, William asintió. No le cabía la menor duda de que la chica tenía buen apetito.
Al salir del bar, Lizzy propuso ir a tomar algo y, cuando él aceptó, lo llevó a beber unas copas a
un local de moda de Madrid. Si lo hubiese dejado elegir a él, habrían ido a un sitio almibarado donde
sólo se tomaban cócteles escasos y de diseño.
Una vez que entraron en el local y la luz azulada los envolvió, Lizzy hizo lo que llevaba toda la
noche deseando. Se tiró a su cuello y lo besó con pasión.
William, dejándose llevar por la fogosidad de ella, en un principio aceptó sus besos con gusto,
nada le chiflaba más que sentirla tan cercana, pero, cuando su mano subió peligrosamente hacia su
entrepierna, decidió parar aquello. Él no era así.
—Aquí no, Elizabeth —murmuró nervioso.
Sin sorprenderse mucho por aquella reacción, la chica sonrió y, apoyándose en la barra,
preguntó:
—¿Has mirado a tu alrededor?
Él lo hizo. Pero, cuando vio a varias parejas desfogadas besándose y tocándose, insistió:
—Yo no soy así. Lo siento, pero soy incapaz de demostrar mi afecto en público.
—¿Por qué?
Incómodo con la mirada de ella, respondió:
—Hay ciertas cosas que, repito, deben hacerse en la intimidad.
Juguetona por aquello, sonrió. En cierto modo estaba de acuerdo con él, pero susurró haciéndolo
sonreír:
—Menudo trabajito que voy a tener contigo para que te sueltes la melena.
Divertido por su comentario, fue a decir algo cuando ella pidió dos copas y después comenzó a
bailar una canción. Le encantaba bailar, aunque los zapatos de tacón la estuvieran matando. Así estuvo
un rato hasta que, al sentir la mirada de él, preguntó:
—¿No te gusta Lenny Kravitz?
El nombre de aquel artista le sonaba y preguntó:
—¿Éste es Lenny Kravitz?
Ella asintió y, mientras bailaba, afirmó:
[3]
—The Chamber es de su último disco. ¡Buenísimo! Vamos, Willy, baila un poquito.
Como si mirase una nave especial, él negó con la cabeza y sentenció: