Page 33 - Un café con sal
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—No. Yo no bailo.
      Lizzy soltó una risotada y, acercándose a él, murmuró alborotándole el pelo:

      —No bailas. No besas en público. Tu mundo está lleno de ¡noes! Vamos, Willy, desmelénate un
  poco, que la vida son dos días.
      Arreglándose  el  descolocado  cabello,  él  cogió  su  bebida  y  sonrió.  Sin  duda  lo  suyo  no  era
  desmelenarse.
      Aquella noche, tras varias copas, risas y confidencias, Lizzy sólo consiguió que la acompañara

  hasta su casa y la besara en la oscuridad de su portal. Allí no los veía nadie.
      A William, excitado por la noche que ella le había hecho pasar, por un instante se le pasó por la
  cabeza proponerle ir a su casa. La deseaba. Pero finalmente se contuvo. Debía respetarla.

      Consciente de lo que ambos deseaban, Lizzy sonrió. Sin duda Willy era diferente, un caballero, y
  una vez más, al no proponerle sexo esa noche, se lo demostró.




  Así estuvieron durante dos días.

      En  el  hotel,  eran  prácticamente  dos  desconocidos  que  sólo  se  permitían  besarse  a  escondidas
  cuando  ella  llevaba  algo  a  su  despacho,  pero  por  las  noches,  cuando  se  encontraban  a  solas,  se
  besaban con auténtica pasión, aunque nunca llegaban a más.

      Durante  la  tercera  jornada,  a  la  hora  del  almuerzo,  Lizzy  regresaba  de  llevar  una  bandeja  de
  comida a una habitación y cuando salía del ascensor, vio a William apoyado en recepción hablando
  con una mujer.
      El glamur de aquella fémina era impresionante. Alta, guapa, elegante en el vestir. ¡Perfecta! Sin
  duda aquellos dos pegaban no sólo por edad, sino por el estilo a la hora de vestir. Curiosa, Lizzy se

  fijó en ella y, cuando instantes después se asomó a la recepción, donde estaba Triana, ésta la informó
  de que se trataba de Adriana, la hija de uno de los consejeros del hotel.
      Desde su posición, Lizzy vio a William sonreír y, en el momento en que aquélla le colocó la

  corbata  y  le  pasó  un  dedo  por  la  mejilla  con  cierta  sensualidad,  estuvo  a  punto  de  gritar  de
  frustración. Cuando instantes después aparecieron el padre de ella y el de él y los cuatro salieron del
  establecimiento para montarse en un coche y marcharse, la rabia la inundó.
      Triana, que conocía lo que existía entre ambos, fue a decir algo, pero Lizzy, ofuscada, la miró y
  siseó:

      —Mejor no digas nada. Por favor.
      Esa noche, a diferencia de otras, él no la llamó y su malestar se acrecentó. Pero ¿qué le estaba
  pasando? Ella nunca había sido tan territorial con ningún chico con el que había tenido algún lío

  pasajero.
      Apenas pudo dormir esa noche y a las seis de la mañana llamó al hotel para informar de que no
  podía ir a trabajar. No se encontraba bien.
      Acostada en su cama, pensó en lo que estaba haciendo. Se había liado con el dueño del hotel aun a
  sabiendas de que aquello no la iba a llevar a ningún sitio, excepto al inminente despido en cualquier

  momento.
      ¿Por qué estaba jugando con su trabajo?
      Los  hombres  adinerados  y  poderosos  como  William  siempre  acababan  con  mujeres  como

  Adriana,  nunca  con  alguna  como  ella.  Peor  se  puso  cuando,  encima,  supo  que  aquélla  vivía  en
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