Page 28 - Un café con sal
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Molesta por aquello, Lizzy no sonrió y afirmó:
—Tienes más razón que un santo, pero también creo que…
—Escucha, Elizabeth —la cortó—. Tú y yo nos atraemos, de eso no me cabe la menor duda. Pero
soy un hombre adulto que vive en un mundo donde la gente no se agujerea las orejas, ni se rapa
media cabeza por amor al arte… y he de ser juicioso y saber parar cuando he de hacerlo. Además,
mañana regreso a Londres y creo que lo mejor es que lo dejemos aquí.
Ahora la descolocada era ella. ¿Y por qué la había seguido? ¿Por qué le había pedido otro beso?
¿Por qué le había dicho las cosas que le había dicho?
Sin cambiar su gesto para no hacerle ver lo mucho que le dolía que se marchara, y no sólo del
Starbucks, dijo mientras guardaba su iPad en el bolso:
—Mira, colega, tienes razón. Vuelve a tu mundo encorsetado. Adiós, Willy.
Y sin añadir nada más, le entregó su corbata y se marchó, dejándolo solo en el Starbucks,
plantado como una seta.