Page 44 - Un café con sal
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Como  un  lobo  hambriento,  William  se  dejó  de  remilgos  y,  agarrando  a  Lizzy,  la  acercó  a  su
  cuerpo. Su fuerte miembro chocó contra ella y, tras besarla, la cogió entre sus brazos y se la llevó

  hasta una oscura habitación.
      Al entrar, sin encender la luz, la dejó sobre una enorme cama y murmuró sobre su boca:
      —Ahora,  sin  quitarte  esas  botas  militares  que  tanto  adoras  y  que  tanto  me  excitan  en  estos
  momentos,  quiero  que  abras  las  piernas  y  te  masturbes  para  mí,  mientras  me  coloco  un
  preservativo… ¿lo harás, Elizabeth?

      Exaltada, asintió y, bajo su atenta mirada, se abrió de piernas y ella misma se introdujo un dedo
  lentamente para que él lo observara.
      Acto seguido, él encendió la luz de la lamparita de la mesilla, abrió un cajón y sacó una caja de

  preservativos.
      Sin quitarle los ojos de encima, regresó frente a ella y, tras coger un condón, tiró la caja sobre la
  cama y, mirándola, se lo puso mientras exigía:
      —Nuestra  música  serán  tus  jadeos  y  posteriormente  los  de  ambos.  Eso  es…  No  cierres  las
  piernas… Así… quiero ver tu sensualidad… Sí… tócate… tócate para mí.

      Excitada  por  sus  palabras,  su  mirada,  el  momento,  el  deseo,  la  locura  y  el  frenesí,  prosiguió
  masturbándose para él… A continuación él se agachó ante el manjar que ella le ofrecía sin reparos, le
  sacó el dedo del interior de la vagina y de nuevo se lo chupó.

      Lizzy fue a moverse para mirarlo, pero él dijo:
      —No te muevas y no cierres las piernas. Abiertas… eso es… Bien abiertas para mí.
      Con la respiración a mil, obedeció.
      William y su exigente manera de hablarle en aquel momento la estaban volviendo loca. Aquello
  nada tenía que ver con sus anteriores experiencias. Aquello era morbo en estado puro.

      —Eres deliciosa, Elizabeth… deliciosa —murmuró él gustoso mientras le retorcía los pezones y
  posaba la boca sobre su ombligo.
      Cuando sintió cómo la tocaba para estimularla y con su caliente boca la besaba hasta bajar a su

  monte de Venus, Lizzy jadeó.
      —Ábrete con los dedos para mí y levanta las caderas hacia mi boca —le pidió William.
      Locura. ¡Aquello era pura locura!
      Ella obedeció y se expuso totalmente a él. Como un maestro, William la chupó y la succionó.
  Cuando se centró en el clítoris, extasiada le agarró la cabeza y lo apretó contra ella, perdiendo la

  poca  cordura  y  vergüenza  que  le  quedaban  hasta  gritar  su  nombre  y  pedirle  que  no  parara,  que
  continuara.
      Encantado al oírla, sonrió. La agarró de las caderas y, abriéndola a su antojo, la despojó de todo,

  quedándose todo para él. Enloquecida por aquello, cerró los ojos y jadeó mientras se apretaba contra
  él, deseosa de dar y recibir más.
      Con  destreza  y  posesión,  William  movió  su  lengua  sobre  aquel  hinchado  botón  del  placer,
  mientras ella temblaba y se humedecía mil veces volviéndolo literalmente loco.
      Cuando  la  tuvo  totalmente  entregada  a  él,  le  introdujo  un  dedo  en  la  vagina  y,  sin  ninguna

  inhibición, otro en su apretado ano. Ella gimió de placer y abrió los ojos.
      —Todo lo que me ofrezcas será mío… todo —susurró mirándola.
      Lizzy asintió. Todo… le ofrecía todo de ella y anhelaba que lo tomase.

      Durante varios minutos ella movió sus caderas en busca de su desmesurado placer y William,
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