Page 60 - Un café con sal
P. 60

con su locura, con su desparpajo y con su particular manera de ver la vida, sabía hacerlo sonreír
  como nadie lo había conseguido antes en el mundo.

      Confundida  por  todos  los  sentimientos  que  afloraron  en  ella  al  verlo,  se  apoyó  en  la  mesa  y,
  como pudo, preguntó, consciente de que su jefe de sala acababa de entrar junto a Triana y varios
  huéspedes y los observaban:
      —Buenos días, señor. ¿Cómo quiere el café?
      —Sin sal, a ser posible. —Sonrió.

      Lizzy cerró los ojos. Si había ido a provocarla, la iba a encontrar.
      No estaba en su mejor momento anímico, pero cuando abrió los ojos y le fue a contestar, él, con
  una encantadora sonrisa que le desbocó el corazón, se acercó a ella y, tocándole el óvalo de la cara,

  murmuró con dulzura:
      —No he podido dejar de pensar en ti.
      Acalorada, desconcertada, sobrecogida y consciente de que todos los estaban mirando, parpadeó.
  ¿Se había vuelto loco?
      La canción que sonaba acabó y, angustiada, Lizzy oyó por los altavoces a Rosario Flores empezar
                                   [8]
  a entonar Yo sé que te amaré .
      Al mirar a William, éste, sin moverse, preguntó:
      —¿Bailas conmigo?

      Como una autómata, negó con la cabeza, pero él insistió.
      —Aún recuerdo cuando bailaste conmigo en Toledo y, como tú me dijiste, ¡no pasó nada!
      —No… no quiero hacerlo —balbuceó al ver que la gente los miraba.
      Pero ¿qué estaba haciendo aquel loco?

      Trató de dar un paso atrás, pero la mesa se lo impidió. Y William, enseñándole un precioso ramo
  de rosas, insistió poniéndoselo delante:
      —Vale. No bailaremos, pero acéptame este ramo. Necesito hablar contigo.
      —No.

      Sin apartar el ramo de delante de ella, agregó:
      —Vi estas rosas rojas en el aeropuerto y me acordé de tus preciosos labios.
      Incrédula, miró el precioso bouquet redondo de rosas y, sin pensarlo, lo cogió y lo tiró al suelo
  con fuerza. Una princesa nunca haría eso, pero ella no era una princesa.

      Se oyó un «¡ohhhh!» general, pero eso a ella no le importó. Ya sabía que estaba despedida.
      William sonrió. No esperaba menos de ella y, mirándola sin importarle las docenas de ojos que
  los observaban con curiosidad, prosiguió:
      —De acuerdo, cielo. Estás muy enfadada y Lizzy la Loca está aquí. Lo entiendo y me lo merezco

  por haber sido un tonto.
      —¿Qué  estás  haciendo?  —gruñó  molesta  al  sentirse  el  centro  de  atención  de  ya  demasiadas
  miradas.
      —Intento decirte que te quiero.

      —Pero  ¿qué  estás  diciendo?  —gruñó  pesarosa  viendo  cómo  todos  los  observaban—.  ¿Te  has
  vuelto loco?
      William, al ver hacia dónde miraba ella, insistió:
      —Expreso lo que siento y, como una vez me dijiste, si ellos se escandalizan, es su problema y no

  el nuestro.
   55   56   57   58   59   60   61   62   63   64   65