Page 354 - La máquina diferencial
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John Keats en la Half Moon Street




           Un criado me condujo al estudio del señor Oliphant. Este me saludó con cordialidad y
           comentó que en mi telegrama había mencionado mi asociación con el doctor Mallory.

           Le dije que había sido un placer acompañar el triunfante discurso del doctor Mallory
           sobre el brontosauro con un programa quinotrópico sumamente avanzado. La Revista
           Mensual de la Sociedad Intelectual del Vapor publicó un gratificante artículo sobre

           mi trabajo, y le ofrecí una copia al señor Oliphant, pero tengo la impresión de que sus
           conocimientos  sobre  este  arte  alcanzan,  en  el  mejor  de  los  casos,  el  nivel  de  un

           aficionado, pues su reacción fue de diplomático desconcierto.
               A continuación le informé de que el doctor Mallory me había llevado hasta él. En
           una  de  nuestras  conversaciones  privadas,  el  gran  sabio  había  creído  conveniente
           hablarme  de  la  audaz  propuesta  del  señor  Oliphant:  emplear  las  máquinas  de  la

           policía  en  el  análisis  científico  de  los  movimientos  y  ocupaciones  de  la  población
           metropolitana, para así descubrir los patrones ocultos que subyacían tras ellos. Mi

           admiración  por  este  audaz  plan  me  había  llevado  directamente  hasta  allí,  y  le
           comuniqué mi disposición a asistirlo en la puesta en práctica de su visión.
               En  ese  momento  me  interrumpió  con  un  aire  marcadamente  distraído.  Todos
           estamos numerados, declaró, todos y cada uno de nosotros, por un ojo que todo lo ve.

           Nuestros minutos también están numerados, así como cada pelo de nuestras manos. Y
           seguramente  sea  la  voluntad  de  Dios  el  que  los  poderes  computacionales  de  la

           máquina se empleen con la población, los flujos de tráfico, del comercio, las mareas
           de las multitudes, con la infinitamente divisible textura de su obra.
               Esperé  a  la  conclusión  de  esta  extraordinaria  diatriba,  pero  entonces,  de
           improviso, el señor Oliphant pareció quedar sumido en sus pensamientos.

               Entonces le expliqué, con los términos más parejos a los de un lego que me fue
           posible emplear, que la naturaleza del ojo humano hace necesarias, en la quinotropía,

           tanto una notable velocidad como una notable complejidad. Por esa razón, concluí,
           los quinotropistas debemos estar entre los mejores programadores de máquinas, y la
           práctica  totalidad  de  los  avances  en  la  compresión  de  datos  han  nacido  como

           aplicaciones quinotrópicas.
               En  este  punto  me  interrumpió  de  nuevo  para  preguntarme  si  había  dicho
           «compresión  de  datos»  y  si  estaba  familiarizado  con  el  término  «compresión

           algorítmica». Le aseguré que así era.
               Se levantó entonces, fue a un aparador cercano y sacó lo que me pareció una caja
           de  madera,  de  las  que  se  utilizan  para  transportar  instrumental  científico,  aunque

           cubierta parcialmente, me pareció, de restos de yeso blanco. ¿Tendría la amabilidad,
           me pidió, de examinar las tarjetas que contenía, realizar una copia de seguridad y
           referirle en privado la naturaleza de su contenido?



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