Page 349 - La máquina diferencial
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Muerte de la marquesa de Hastings
Sí, señor, a las dos y cuarto exactamente, señor. No hay margen para el error,
puesto que hablamos de un reloj patentado de Colt & Maxwell.
Solo un sonido parecido a un goteo, señor.
Por un momento, olvidando que era una noche despejada, pensé que era una gotera.
Lluvia, pensé, y me puse un poco nervioso, porque al Leviatán no le sienta nada bien
la humedad, así que levanté la linterna... y allí estaba el pobre miserable, colgado, y
los huesos del Leviatán manchados de sangre, señor, hasta los... ¿cómo los llaman?,
los armazones que mantienen a la bestia erguida. La cabeza de ese desgraciado estaba
destrozada, señor. Ya no se la podía llamar cabeza. Estaba colgado por los tobillos de
una especie de arnés, y vi que las cuerdas y las poleas ascendían hacia la oscuridad de
la gran cúpula. La imagen me sobresaltó tanto, señor, que hasta que no activé la
alarma no me di cuenta de que la cabeza del Leviatán había desaparecido también.
Sí, señor, creo que es así. Creo que lo hicieron así. Creo que lo bajaron desde la
cúpula e hizo el trabajito ahí arriba, en la oscuridad. Imagino que pararía al oír mis
pasos y luego continuaría. Un trabajo de varias horas, puesto que tenían que accionar
las cuerdas y poleas desde arriba. Lo más probable es que pasara debajo de ellos
varias veces a lo largo de mi turno. Y una vez que consiguieron sacarla, la cabeza,
señor, alguien lo levantó y se la llevó por el panel que habían desatornillado. Pero
algo debió de soltarse, señor, o quizá el hombre resbaló, porque entonces se precipitó
de cabeza hacia el suelo, que es del mejor mármol de Florencia. Encontramos lo que
quedaba de su sesera, señor, aunque ojalá no lo hubiera visto. Y entonces me acordé
de que había oído un ruido, señor, supongo que el que hizo al chocar, aunque no hubo
ningún grito.
Si se me permite decirlo señor, lo que me parece más vil de todo el asunto es la
frialdad con la que volvieron a subirlo, silenciosos como arañas, y lo dejaron allí
colgado, como un conejo en el escaparate de un carnicero, antes de marcharse por el
tejado con su botín. Hay que ser malvado para hacer algo así, ¿no le parece?
—Kenneth Reynolds, guardia nocturno, Museo de Geología Práctica.
Declaración ante el juez G. H. S. Peters,
Bow Street,
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