Page 347 - La máquina diferencial
P. 347
La Dama jugadora trae mala suerte
—La Dama jugadora trae mala suerte a aquellos la conocen. ¡Cuando una mala
racha en las máquinas de apuestas le ha vaciado la bolsa, lleva discretamente sus
joyas a la calle Lombard y así puede volver a tentar a la Fortuna con el dinero de las
casas de empeño! Luego vende también el interior de su guardarropa, para espanto de
sus doncellas; sablea a sus conocidos y alquila su honor a sus íntimos en un vano
intento por recobrarse de sus pérdidas.
»Las pasiones no sufren menos por esta pasión jugadora que el entendimiento y la
imaginación. ¡Qué vívidos y antinaturales son la esperanza y el miedo, el júbilo y la
cólera, el pesar y el descontento que surgen al unísono al rodar los dados, al volverse
las cartas, al echar a correr los brillantes faetones de carreras! ¿Quién no se indignaría
al pensar que todos estos femeninos afectos, que debieran estar consagrados a los
hijos y los maridos, se prostituyen vilmente y se arrojan al fango? No puedo sino
sentir pesar al ver cómo se exaspera y sangra por dentro la Dama jugadora por culpa
de estas indignas obsesiones, ¡cuando contemplo el rostro de un ángel agitado por el
corazón de una furia!
»El Señor ordena que casi todo lo que corrompe el alma pervierta también el
cuerpo. Los ojos hundidos, el aspecto demacrado y la tez pálida son los indicios
naturales de una jugadora. El sueño matutino no puede reparar la sórdida vela de
medianoche. Llevo mucho tiempo viendo el rostro de la Dama jugadora. Sí. La he
observado bien. He visto cómo se la llevaban, medio muerta, del antro de juego de
Crockford’s, a las dos de la mañana, con aspecto de espectro a la luz de las sórdidas
farolas de gas...
»Le ruego que vuelva a sentarse, señor. Está usted en la casa de Dios. ¿Debo
tomarme ese comentario como una amenaza, señor? ¿Cómo se atreve? ¡Estos son
tiempos oscuros y complicados, señor! Le digo a usted, señor mío, al igual que le he
dicho a esta congregación, al igual que le diré al mundo entero, que la he visto, he
visto a su reina de las máquinas en sus viles disipaciones...
»¡Socorro! ¡Deténganlo! ¡Deténgalo! ¡Oh, buen Jesús, me ha disparado! ¡Me ha
matado! ¡Que me asesinan! ¿No pueden detenerlo?
www.lectulandia.com - Página 347