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dejar el colegio, y ella notaba que andaba en malos pasos; además, no   taña de historias sobre el escritorio, lo cual implicaba horas extra dentro
 contaba con redes de apoyo porque su familia vivía en otra provincia.   del centro de salud hasta igualarme, así que empecé a cuestionarme a
               diario: “¿A quién se le ocurrió que veinte minutos eran suficientes para
 Escuchar un caso como este, siempre me generará un nudo en la gar-
 ganta, además de la impotencia de no poder colaborar de otras maneras.   atender adecuadamente a un paciente?, ¡Y además, cumplir con todo
 Estaba claro que su problema no era solo una lumbalgia, sino que su   el papeleo!”. “¿Yo era el problema?” me pregunté en más de una oca-
 estado anímico se encontraba por el piso y tal vez su dolor, no era más   sión, concluyendo en respuestas como que tal vez era muy lenta, no era
 que una somatización de la cotidianidad. Me di el tiempo de realizarle   buena para esto, o que permitía que, los problemas de los pacientes me
 una escala de depresión, cuando entonces, golpearon la puerta; era un   afecten sobremanera. Llegué a tal punto, que consideré dejar de lado la
 paciente que protestaba por que habían transcurrido veinte minutos y re-  carrera que tanto me había costado; porque, aunque confiaba en mis co-
 clamaba que era su turno. Le solicité paciencia, para que entienda que él   nocimientos, sentía que no podía trabajar así.
 también recibiría más tiempo de atención, si lo necesitara, llevándolo a la   Con el tiempo, mi ánimo mejoró y tomé en cuenta algunos consejos
 reflexión sobre que no le gustaría ser interrumpido. Regresé, y al terminar   recibidos: anotar lo relevante en la historia clínica; entregar la receta a
 el cuestionario, me encontré frente a un cuadro de depresión severa, que   quien venía por medicación; examinar cuando sea necesario; evitar deta-
 manifestaba ideación suicida, inclusive, entonces la conversación debía   lles en el sistema; escribir mientras el paciente hablaba; entre otros, que,
 ser más profunda; por lo tanto, acordamos iniciar un plan de tratamiento,   aunque sabía que no era lo ideal, evitaba reclamos de los pacientes por
 con varias consideraciones, psicología incluida. Me agradeció y dijo que   no respetar su turno y en estadística por no entregar las carpetas a tiempo
 nunca alguien en otros centros de salud se había preocupado así por ella,   al final de la jornada.
 escuchando sus problemas, por lo que se resignó a recibir los antinflama-  Aprendí a manejar la frustración que me provocaba no tener tiempo
 torios cada vez que el dolor empeoraba.  Nos despedimos con un abrazo   suficiente para dar la atención adecuada como estudié en la facultad, así
 mientras se frotaba los ojos buscando disimular su llanto.
               que procuré salir a visitas domiciliarias, en las que podía conversar con
 Entró el siguiente,  Antonio, aún molesto, pese a la conversación   los pacientes, sin sentir la presión de los turnos. También acudí al club
 previa.  Adulto mayor, sufría hipertensión arterial,  quien acudía, ex-  de adultos mayores, donde siempre me contagiaron de buena energía; y,
 clusivamente, a retirar la medicación correspondiente. Yo llevaba diez   además, conté con el apoyo de los mejores compañeros de rural que pude
 minutos de retraso en la agenda, así que el interrogatorio fue breve, y   haber tenido.
 tampoco mencionó algo que sea de preocupación; sin embargo, al aus-  Al final, Andrea tuvo seguimiento psicológico y tratamiento antide-
 cultar sus ruidos cardiacos, me percaté de una lesión ulcerosa en su brazo.   presivo, lo cual después de varios meses, le ayudó a mejorar su estado de
 “Antonio, ¿Hace cuánto tiempo apareció esa lesión?” pregunté. “Hace   ánimo y aliviar dolor; por otro lado, se confirmó que la lesión de Antonio
 unos meses, ha aumentado de tamaño, pero no me ha causado mayores   correspondía a leishmaniasis, la misma que sanó después de las acciones
 molestias” contestó. Era una lesión muy sugestiva de leishmaniasis y,   tomadas. Aquel día, en lugar de pasarme del tiempo establecido, pude
 cabe recalcar, que me encontraba en una región endémica. El pensar en   haberme limitado a tratar la lumbalgia de ella y a entregarle la receta a él;
 las dos fichas epidemiológicas y la matriz que debía llenar, así como en   tal vez de ese modo, hubiese terminado la jornada puntual, sin acumula-
 los pedidos de exámenes y recetas del caso, me generó dolor de cabeza,   ción de trabajo y me habría retirado a descansar a tiempo; pero ahora, ni
 sumado a que ya no eran diez, sino veinte los minutos de retraso en el   siquiera los recordaría para escribir esta historia.
 cronograma. Escribí rápidamente las indicaciones para él, se fue, y pasó
 el siguiente.    No es suficiente practicar la profesión basada en la evidencia, sin que
               exista la empatía que humaniza a la atención. Muchas veces, como mé-
 ¡Oh no! Era un lactante; significaba realizar curvas de crecimiento,   dicos, nos limitamos a tratar signos y síntomas, olvidando que lo más gra-
 subir al sistema y a la matriz los datos antropométricos, Escala de Denver   tificante es el acercamiento con las personas; sin embargo, cada vez hay
 y examen físico minucioso. Resultado, treinta y cinco minutos de retraso,   más barreras que nos alejan de ellas. Entre pantallas, papeleo, matrices,
 así que, en lo posterior, atendí a los demás a la brevedad posible, poster-  fichas, pedidos, recetas, la medicina se convierte en trabajo de escritorio
 gando el registro de todo lo requerido en el sistema. Me limité a anotar   y la actitud se vuelve defensiva, lejos del trato humano y considerado.
 diagnósticos  en  cada  historia  clínica,  para  luego  recordar  quien  era  y
 llenar los espacios en blanco.   A veces me pregunto si los médicos que son indiferentes e impasibles
               siempre fueron así o si el sistema los cambio con el tiempo. No sé la
 Una vez más terminaba la jornada con minutos de retraso y una mon-
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