Page 165 - COLECCION HERNAN RIVERA MAS DOS CUENTOS
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su espinazo de fierro.








                      Lorenzo  Anabalón,  el  acordeonista,  apoyado

               en el estuche de su instrumento, va reconociendo

               con nostalgia esos agrios páramos desnudos. Es el


               mediodía  de  la  segunda  jornada  de  viaje  y,

               mientras  el  tren  vadea  un  interminable  cerro  de

               arena,  en  su  rostro  terroso  ya  se  nota  el

               desmadejamiento de la fatiga. Su pañuelo de seda


               atado al cuello se ve marchito de sudor y sebo.

                      «Más  allá  no  se  verán  ni  cactus»,  dice  la

               quiromántica.

                      Papirotando distraídamente sobre su acordeón


               rojo, Lorenzo Anabalón asiente con la cabeza sin

               dejar  de  mirar  por  la  ventanilla.  Los  postes  del

               telégrafo,  pasando  intermitentes  hacia  atrás,  le


               van  rebanando  simétricamente  el  paisaje  y  los

               recuerdos.

                      «Que por esas peladeras no crece ni la cizaña»,

               insiste  la  quiromántica;  que,  por  lo  mismo,  sus


               hierbitas  medicinales  tienen  tanta  demanda  por

               esos lados; que, incluso, en sus recorridos por las

               salitreras conoció a una señora que se ocupa de






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